Sumergida todavía en plena resaca pirenaica y con la maravillosa vista de la costa de Cap de Creus por delante, solo me queda (me sale) el agradecimiento a todos aquellos que con sus comentarios, sus palabras de ánimo, su presencia, su conversación, su compañía, su ser, su estar, su ayudar… han sido copartícipes de este verano que no sé si ha sido el mejor de mi vida pero, desde luego, sí el más especial y el primero dedicado íntegramente a realizar un sueño.
Agradecimiento a mi madre. Por haberme legado el empuje y la energía necesarios para emprender grandes empresas. Por haber pasado, a lo largo de estos días, del horror a lo desconocido a la comprensión del reto, y por saber vencer las barreras informáticas para poder seguirme virtualmente.
Agradecimiento a toda mi familia sevillana. A Rafi, por su apoyo, su escucha, su serenidad y sus siempre acertadas palabras. A mis queridos PHB: Miguel Ángel y su sarcasmo inteligente; Alfonso y su entusiasmo a prueba de todo; Antonio y sus comentarios siempre pensados y siempre ingeniosos; Rocío y su cariño y cercanía (el alma del grupo esté o no presente). Y a todos los allegados que también han ayudado a que mi ánimo no decaiga: Julia y Ángel, Teresa y Marcos, Patricia y Javi…
Agradecimiento a todas las personas maravillosas que me he ido encontrando por el camino: la pareja que me invitó a café en Egurgui; Verla, compañera de cerveza y cena en Iraty; los alemanes de Larrau, que me dieron fruta y agua; los belgas de Acherito, que me obsequieron con dos litros de agua con limón y me «regalaron» un paseo por el Valle de Echo; Ramón, el ciclista de Guarinza con quien compartí cena y conversación en Candanchú; Amparo, la dueña del maravilloso hotel Edelweis; Natalia y Richie, compañeros de penurias y alegrías; Alicia, americana extrovertida y luchadora de espíritu aventurero; las chicas de Respomuso; los ganaderos de Bujaruelo; Jerry, el amigo inglés reencontrado diferentes días; la familia que me recogió en la bajada a Bordas de Graus y la pareja que me orientó cuando andaba perdida en la subida al Col de la Cornella; Jan, del refugio de Certascán; Josep Maria, que descubrió mi lado vasco; Carme y Nerea, del refugio de Sorteny; Gregory, que bajaba del Carlit cuando yo lo subía y me pidió que me acordara de él cuando llegara a Cap de Creus; el montañero solitario que me indicó ese mismo día el camino, nada evidente, de bajada; el taxista que me cayó del cielo en las cercanías de Eyne; Esther, caminante solitaria como yo; Richard y Marie, mis anfitriones de Coustouges; Sergi y Ana, los jóvenes del refugio de las Salinas; Joan y Pau, que planean hacer la ruta completa el año próximo… y todos aquellos de los que me pueda estar olvidando.
Agradecimiento a mucha otra gente cercana: a mis compañeras Cristina y Auxi; a Diana y Esther, amigas del alma; a Nacho, amigo siempre aunque nos veamos tan poco; a Salva que me advirtió de que mi mochila pesaría más de ocho kilos (como yo pretendía en mi optimismo prepirenaico); a toda la familia de Atlas Natura (Carme, Merçe, Marti, Quique, Txell y tantos otros) y a la de Apeu.cat (entre ellos, Trini, Pauli y Fina, perfecta consejera de restaurantes para celebraciones especiales). Y un más que especial agradecimiento a Ramon, que me proporcionó GPS, mapas, tracks y mucha valiosa información para emprender esta travesía; que ha asumido el papel de soporte permanente telefónico y ocasional sobre el terreno y que me ha recibido a la llegada.
Finalmente, agradecimiento a Lola Hernando, que no me conoce (ni yo a ella) pero que fue, desde el principio, mi inspiradora principal ya que su propia travesía pirenaica abrió para mí la posibilidad hasta entonces inimaginada de emprender el camino completo y en solitario. Nunca lo habría hecho sin conocer su historia.
Gracias a todos, y a todos los que haya podido olvidar, y ¡hasta la próxima!