Día 19. Hospital de Parzán-Viadós: Entre vaca y dominguera.

Al fondo, el macizo del Posets (3375m), el segundo pico, después del Aneto,  más alto de los Pirineos.

Al fondo, el macizo del Posets (3375m), el segundo pico, después del Aneto, más alto de los Pirineos.

¿Os habéis fijado en los «sienes y sienes» —que diría mi amigo Javi— de moscas que pueden llegar a reposar plácidamente en la cabeza de una, igualmente plácida, vaca? ¿Es por el calor?¿Por el sudor?¿Por el amor y la simbiosis entre especies? Sea por lo que sea, quizá no cientos, pero sí decenas de moscas me han debido confundir esta mañana con un bovino, porque he pasado las tres primeras horas de mi recorrido rodeada de un enjambre de irrespetuosas, pesadas e insidiosas criaturas aéreas al acecho de la más mínima oportunidad para posarse en mi piel, mis orejas o mis pestañas. ¿Si lo hubieran conseguido me habría transformado yo también en una vaca?

Hoy ha sido el día más «ligero» de todos cuantos llevo andados. El arrancar esta mañana tan solo con mi mochilita de paseo, cual dominguera, sabiendo que el resto de mis cosas viajan en coche y me esperan al final del día, es una sensación extraña. ¡Me siento desnuda sin llevar la casa a cuestas! Desnuda en una etapa relativamente descafeinada: Un camino que, en su inmensa mayoría, es una ancha y cómoda (aunque sosa) pista; un paisaje que, comparado con el de otros días es mucho menos espectacular aunque igualmente bello; y una larga bajada, también por pista, atravesando un bosque de pinos que me recuerda más a mi tierra, Cuenca, que a las latitudes por las que me muevo. Resultado: ¡Me he merendado mis 20km de hoy, con mis más de 1300m de subida y cerca de 900m de bajada, en «horario funcionario», de 8.00 a 15.00!

Macizo del Aneto (3404m), la Maladeta, desde el collado de Sahún, entre el valle de Gistain y el de  Benasque.

Macizo del Aneto (3404m), la Maladeta, desde el collado de Sahún, entre el valle de Gistain y el de Benasque.

Con tanta «relajación» da más tiempo a pensar. En temas más o menos trascendentales y en otros simplemente curiosos como, por ejemplo, la cantidad de formas en las que es posible afrontar una Transpirenaica. Entre los que la hacen andando, me he ido cruzando con gente que recorre el GR11, otros el GR10 y algunos, como yo, la Alta Ruta (que, no sé muy bien por qué, casi todo el mundo conoce por su nombre francés: Haute Route). Gente que la hace caminando hacia el este (lo más normal) o quienes la hacen al revés. La mayoría la afrontan por tramos que oscilan entre cuatro días y dos semanas. Algunos dividen cada etapa en dos y otros ¡hacen dos etapas en un día! (¡¿eso es posible?!). Pero entre las formas más llamativas de atravesar los Pirineos está la que me ha contado Mónica, la única caminante (esta vez suiza) con la que he hablado hoy. Ella hace una parte andando con un grupo de amigos, vivaqueando entre etapa y etapa, mientras que su marido lleva el parapente a cuestas y combina partes andadas con otras «voladas». Impresionante.

Collado de Sahún.

Collado de Sahún.

Comer en Viadós, cerquita de Plan (sí, el pueblo que se hizo famoso por su «caravana de mujeres»), con la tranquilidad de haber terminado ya la etapa, me ha librado de tener que correr cuesta abajo al final de la tarde —de nuevo como las vacas— ante las espesas nubes que ya empiezan a formarse (¿sabíais que las vacas cuando sienten que amenaza temporal se agrupan y descienden de los pastos?). Por delante, dos días de parón obligatorio por mal tiempo que pasaremos en Benasque, a los pies del Aneto, y la necesidad de hacer alguna que otra reestructuración de las próximas etapas.

Día 18. Héas-Hospital de Parzán: Mayoría de edad en las alturas.

Lirios en la niebla.

Lirios en la niebla.

A 2500m de altura. De collado en collado, de horqueta en horqueta. Y así durante la mayoría del día de hoy. Sobrepasando la niebla y andando por encima de ella. Ajena al mundo desde que conseguí, tras más de 1000m de ascenso, llegar al sol y, tras él, al primero de los puntos culminantes del día de hoy, la Horqueta de Héas. Un collado mínimo en espacio pero inmenso en panorámica que no se deja adivinar desde abajo y que sorprende no solo por su estrechez sino también por la desnudez de la pizarra que lo configura en su totalidad.

A partir de allí, un paseo por las nubes que conduce, tras dos collados más, al Circo de Barrude. Lo recorro en todo su perímetro y el calor del espléndido sol que me acompaña se debate con la brisa helada de las alturas hasta llegar, ya en su punto final, a los hermosísimos lagos con que culmina y a contemplar los hierros destrozados y desparramados de lo que una vez fue el refugio de Barrude. Algún alud o temporal debió hace años entretenerse en destrozarlo y esparcir sus restos cual nave espacial estrellada en un planeta hostil.

Lagos de Barrude (o Barrosa)

Lagos de Barrude (o Barrosa)

Al final, y tra un último collado, una nueva, interminable, bajada. ¿Será mi subconsciente o es que cuanto más bajo más lejos queda el río Barrosa, al fondo del valle? Inmensas eses que recorren la montaña de extremo a extremo. Los pies quemando pero aguantando gracias al ibuprofeno que me he tomado antes de empezar el descenso. El sol ardiente. Mi cuerpo en forma. ¿Cuántos kilómetros quedan? Aún bastantes. La etapa es larga.

Hoy me espera Ramon al final de la jornada. Viene a servirme de apoyo y a acompañarme en alguna etapa. ¡Me voy a liberar del mochilón durante algunos días! ¡Y eso que creo que ya estoy definitivamente acostumbrada a él! Estoy impaciente por ver cómo es subir sin lastre. ¿Será igual de penoso?¿Podré, por fin, sentirme ligera?¿Seguirán adelantándome todos los excursionistas? ¿Estaré haciendo trampa?

Panorámica desde la Horqueta de Héas

Panorámica desde la Horqueta de Héas

En un par de días el tiempo se estropea lo que supone paréntesis obligado y reorganización de etapas. Además, tengo que estudiar mapas y paradas porque se avecinan días en los que, de nuevo, va a ser difícil coincidir con sitios civilizados.

Continuará…

Día 17. Gavarnie-Héas: Feliz.

Circo de Gavarnie. Al fondo, a la derecha, la catarata.

Circo de Gavarnie. Al fondo, a la izquierda, la catarata (la foto no hace justicia).

Gavarnie parece tener para mí el mismo efecto milagroso que para otros tiene la cercana Lourdes. Estimulante, purificador, energético y motivador. La energía que trasmite tanta roca plegada y replegada, hundida y medio sepultada en nieve, es inconmensurable y me sitúa en el más absoluto estado de gracia.
Feliz de levantarme en semejante entorno. Feliz de ir andando y cobrando altura y contemplar cada poco la nueva perspectiva que se me ofrece. Feliz de que el tiempo sea mejor que ayer; de andar de nuevo relajada, como si no hubiera un destino. Feliz de disfrutar del silencio que me permite escuchar los torrentes, la brisa, los pájaros, las marmotas (que hoy no se dejan ver) y esos gigantes de roca que me acompañan. Porque ellos también hablan.

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La Brecha de Roland, muy al fondo ya. Desde el refugio des Espuguettes

Feliz de ir de circo en circo. Desde el de Gavarnie, pasando por el de Estaubé y terminando por dormir, de nuevo, al abrigo de otro, el de Troumouse. Feliz de andar por caminos tranquilos pero bien señalizados y fáciles de seguir. Feliz de saber dónde estoy y no andar perdida. Feliz de darme cuenta de la naturalidad con la que llevo este viaje (¡ni yo misma me la creo!) De lo fácil que es todo lo que habitualmente hacemos difícil cuando lo que normalmente tenemos fácil deja de serlo.

Hora de comer bajo el circo de Estaubé.

Hora de comer bajo el circo de Estaubé.

Feliz de recoger frambuesas en el camino y de encontrar un sitio en Héas (¡si esto ni es ni un pueblo, solo son cuatro casas y una iglesia!) donde tomar una cerveza, cenar, ducharme y poner la tienda. Feliz de esa vecina que ha venido a preguntarme si hago la Haute route y me ha ofrecido comida para mañana o cualquier otra cosa que pueda necesitar.

Feliz de haber llegado hasta aquí, de tener tanta gente querida y encontrar tanta gente que merece serlo.

Circo de Troumouse desde el Auberge La Munia de Héas

Circo de Troumouse desde el Auberge La Munia de Héas

Día 16. Bujaruelo-Gavarnie: De vientos, glaciares y circos.

Puente románico de San Nicolás de Bujaruelo

Puente románico de San Nicolás de Bujaruelo

Vientos, los que me han acompañado durante toda la noche y toda la subida al puerto de Bujaruelo (cuatro horas, a mi paso, de ascenso contínuo); glaciares, los del Taillón y el Vignemale que han surgido repentinamente (y a la vez) de la niebla que ha entrado al relevo del viento; y circos, esta vez solo uno, el de Gavarnie, pero que para mí, desde que lo conocí, vale por todos: El paradigma del circo.

Casi no he dormido. Anoche tuve una animada charla con cuatro ganaderos del Valle del Broto, gracias a los que me enteré de que esos pastos maravillosos que configuran los paradisíacos valles pirenaicos que surgen a partir de los 1500-1800m de altura, son fruto de la quema controlada realizada desde hace siglos y una forma de aprovechamiento sostenible del medio que, según ellos, ni los políticos ni los ecologistas entienden. Después, me encontré la tienda tumbada por el viento y con una piedra encima que algún alma caritativa había puesto. Me tocó pelear con ella para enderezarla y he pasado la noche intranquila y más pendiente de cada nueva ráfaga de viento y de sus posibles efectos nocivos que de relajarme y descansar. Y como el viento no ha parado, por la mañana la subida ha sido épica. Cansada, con el sol del frente (como todas las mañanas), el viento de cara y el frío poniendo también de su parte (y en mi contra). ¡Hasta me he tenido que poner los guantes!

Circo de Gavarnie emergiendo en el camino.

Circo de Gavarnie emergiendo en el camino.

Pero el final no me ha defraudado. Todo lo contrario. Y eso que hoy no me he animado a subir a la famosísima brecha que según la leyenda fue abierta por Roland, el sobrino de Carlomagno, al golpear la roca con su espada tras la batalla de Roncesvalles. Me ha dado pereza y la recompensa de lo ya visto es más que suficiente. Arriba, en el refugio, un sol increíble y la posibilidad de comer disfrutando de la vista del espectacular, anonadante, casi extraterrestre, circo de Gavarnie. Aunque desde allí no se ve la cascada (la segunda más alta de Europa) luego he podido verla, aunque de lejos, a la bajada.

En el refugio de la brecha.

En el refugio de la brecha.

La última vez —la primera— que estuve aquí había muchos menos españoles y mucha más gente. La fila interminable de quienes subían a la brecha era mucho más densa y contínua. Y aún así siempre recordaré esa subida como un poderosísimo punto de inflexión. El deslumbramiento que me produjo la inmensidad de tanta inesperada belleza me cambió el humor y me hizo renacer a la felicidad (a la que también ayudó la conversación que tuve con Merçe en la plataforma del refugio justo antes). Tanto aquella vez como esta, el sol solo apareció in extremis, en el último momento, y supongo que eso lo hace aún más mágico.

La bajada a Gavarnie ha sido solitaria y plácida y ¡una marmota se ha medio dejado fotografiar! Pero a la llegada al pueblo, de nuevo con frío y pensando aprovechar alguna de sus múltiples ofertas hoteleras me he encontrado con que, posiblemente, este sea el peor día del año para encontrar habitación: no solo es verano, no solo es sábado, sino que, del 24 al 31 de julio se celebra la trigésima edición del Festival del Gavarnie. Resultado: de nuevo camping.

Y en el centro, una marmota!

Y en el centro, una marmota!

Todavía queda cumplir la promesa que le hice a Jorge, uno de los ganaderos con los que estuve ayer, de pasarme por el bar Les Glaciers y decirle al dueño que me ponga una cerveza a su cuenta. ¿Tendré el morro de hacerlo? Al menos me iré a cenar allí. Por cierto, el 26 de septiembre es la fiesta de los ganaderos del Valle de Bujaruelo: estáis todos invitados (aunque me da la impresión que el sexo femenino, dada la tasa de despoblación, es especialmente bien recibido).

Día 15. Baños de Panticosa-Bujaruelo: Las marmotas del Vignemale.

Pista de bajada a Bujaruelo

Pista de bajada a Bujaruelo

¡Buen tiempo! y ¡Mal de pies! Pagando el exceso de la bajada de ayer que, me acabo de enterar, podría haber evitado quedándome en el refugio que hay al lado de Bachimaña, el embalse que está encima de Baños de Panticosa (unos 800m por encima). Necesito al menos dormir diez horas y unos pies nuevos (Miguel Ángel, ya estás tardando con el kit de pies, que el kit de rodilla nunca llegó).

Aún así, y después de dos horas y media de subida contínua y bastante sosa, comienza una nueva jornada de belleza descomunal inagurada con una aparición repentina: el monstruo el Vignemale (por cierto, este sí es el Vignemale, el del otro día era el Balaitus). 3298m de roca y glaciar delante de mis narices. A sus pies, el valle del Ara, el perfecto valle verde paradisíaco en el que, además, no me encuentro un alma. ¡Todo para mí! Bueno, para mí y para todas las marmotas a las que voy asustando a mi paso y que corren despavoridas a esconderse. Una pena que no se dejen fotografiar (aunque Ramon me ha prometido que en un par de jornadas las encontraré menos tímidas y entonces sí tendré la oportunidad de inmortalizarlas).

El Vignemale desde Brazato

El Vignemale desde Brazato

Lo peor es el ánimo. Pensaba que a estas alturas debería andar como una moto y en vez de eso me veo torpe y pesada. Porque al dolor de pies se añade la pesadez de estómago (¿tantos días de comer diferente?). Me da rabia (ya sé que es una tontería pero me cuesta evitarlo) tardar nueve horas en hacer trayectos que dan como de seis ¡y eso sin casi pararme!. Me da rabia que lo físico siga siendo tan protagonista. Me da rabia sentir que he llegado hasta aquí y que, sin embargo, mi motivación comienza, por primera vez, a decaer. Veremos…

Esta noche, camping. Al lado del puente románico de San Nicolás de Bujaruelo, en el preparque de Ordesa. Un oasis de tranquilidad cuyo restaurante tiene una carta más que apetecible, además de raciones generosas y gente amabilísima. Aquí reencuentro a Natalia y a Richie, una pareja que sigue el GR11 y con la que he coincidido en Candanchú y en Respomuso. La charla fluye más que agradablemente gracias a las experiencias compartidas (¡han pasado por lo mismo que yo!) y además obtengo de ellos valiosos consejos podológicos. ¿Qué más se puede pedir?

Mañana, el cuerpo me pide descanso.

Día 14. Refugio de Respomuso-Baños de Panticosa: ¡Y YA LLEVO UN TERCIO!

Día 14. Refugio de Respomuso-Baños de Panticosa: ¡Y YA LLEVO UN TERCIO!

Pequeño ibón a la bajada del Cuello del Infierno

Pequeño ibón a la bajada del Cuello del Infierno

Y aún así, me sigo preguntando si podré. ¿Podré con la siguiente pendiente interminable?¿Con la siguiente bajada matapiés?¿Con la siguiente incertidumbre?¿Con el siguiente temporal?¿Con qué me sorprenderá todavía la montaña? Por si acaso, para celebrarlo, hoy he dejado de lado el refugio y me he venido a cenar y a dormir al súper resort que hay al lado. La verdad es que, a pesar del pedazo de baño que me he dado —caliente, en bañera—, de la maravillosa cama —y la intimidad consiguiente—, y la posibilidad de cenar verdura, el sitio me parece un espanto sacado de otra época pero con pretensiones de modernidad. Un sitio rancio con personal rancio (por mucho megaedificio moderno que ocupe) totalmente ajeno al entorno, en el que la conservación es deficiente y ni siquiera el wifi va bien. ¿Dónde está mi amado Edelweis?

Volviendo a transpirenaicas pasadas, uno de mis mejores recuerdos es, precisamente, la bajada a Panticosa desde los ibones azules. Y una de mis peores experiencias de hoy es ver cómo el camino se ha hecho mucho más incómodo de transitar, cómo los pinos torturados que me hechizaron en su momento han desaparecido y cómo mis pies han envejecido y se resisten al machaque de más de 1000m de contínua bajada por lo que parece una pista rellena con piedra suelta. El dolor y el disfrute del paisaje (en este caso de la fuerza del río y de las cataratas y lagunas que va generando a su paso) son, lamentablemente (para mí), incompatibles. Una pequeña decepción.

Bajando a Baños de Panticosa

Bajando a Baños de Panticosa

Pero el día me ha regalado también unas vistas increíbles del circo de Piedrafita, lagos hermosísimos, y el reencontrarme con una de las imágenes que se me quedaron grabadas en su momento: la ascensión al Collado de Tebarray y el paso, muy poco después, por el Cuello del Infierno. Subir a Tebarray significa enfrentarse a un gigante negro al que se asciende por una camino de arenilla también negra con una pendiente de pesadilla. Un entorno volcánico que lleva a un remanso de nieve que se salva trepando durante una distancia considerable (y a una altura no menos considerable) y donde, de nuevo, un paso en falso puede suponer, como poco, un grandísimo disgusto. Me gustan las «grimpadas», que dirían mis amigos catalanes, y la mochila solo supone un considerable aumento del cuidado y la concentación necesarios, es decir, del tiempo invertido en la empresa. Aún así me alegra llevar delante de mí a una pareja de franceses que me iré encontrando a lo largo del día y que me marcan el camino.

Vista desde el Collado de Tebarray. A la izquierda, el camino al Cuello del Infierno

Vista desde el Collado de Tebarray. A la izquierda, el camino al Cuello del Infierno

El dolor de pies perdura. Necesito descansar. Buenas noches a todos.

Día 13. Refugio de Pombie-Refugio de Respomuso: Todo es piedra.

Con Alicia. Esta mañana, en Torrente Broussets

Con Alicia. Esta mañana, en Torrente Broussets

¿Cómo puede ser que no recordara prácticamente nada de todo lo que he atravesado hoy?¿Tan ciega estaba aquel primer día pirenaico para no ver la belleza que supone tal empacho de piedra? ¡Y el cable! Tampoco recordaba que fueran en esta etapa esos largos metros casi en vertical (no aptos para quienes sufren vértigo) en los que un cable de acero sujeto a la roca se convierte en el seguro de vida de quienes no queremos caer al vacío. Confieso que hoy me han impresionado más que la primera vez. De nuevo el peso de la mochila y su efecto sobre el equilibrio me llevan a ser mucho más cauta, aunque al final, con un poco de cuidado, no ha sido para tanto.

Pasage de Orteig: el cable

Pasage de Orteig, entre los lagos de Arrious y Arremoulit: el cable

Gigantes de piedra, lagos guardados por piedras. Piedra gris, piedra roja, piedra con pintas amarillas y verdes. Inmensos bloques de granito apelotonados y paredes de roca rojiza estratificada. Piedra suave y piedra rugosa. Los pequeños montones de piedra que señalan el camino perdidos entre una orgía de piedra multiforme y colorida. Y entre las piedras un refugio, el de Arremoulit, una cabaña en la luna, al borde, cómo no, de un lago, en la que poder comer caliente y tomar café.

Saliendo de los ibones de Arriel

Saliendo de los ibones de Arriel

Y después más piedras subiendo al collado de Arremoulit. Trepar, saltar de roca en roca, ascender sin encontrar ni la más mínima superficie lisa donde poner los pies. Y la tormenta de nuevo amenazando obligando a apresurar el paso y privando del disfrute de la salvaje belleza de granito y agua. Rápido. Roca, truenos y agua. Agua en los lagos y agua cayendo. Y un ruego: ¡que la tormenta no descargue sobre mi cabeza!. Y al principio rabia, miedo e impotencia (¡solo son las dos de la tarde!¡no son horas de tormentas!) y luego, poco a poco, conforme la tormenta parece que no arrecia, la reacción absurda pero consoladora de reirse de ella y de su bravuconería mientras, en lo más profundo de mi alma espero que no sea ella la que decida reirse de mí.

En algún sitio, a la izquierda, el refugio de Respomuso.

En algún sitio, a la izquierda, el refugio de Respomuso.

Al final, al tiempo que mi refugio se acerca, la tormenta se aleja. ¡Es increíble lo mucho que puede correr una cuando las circunstancias se ponen feas, lo poco que pesa la mochila y lo menos que se sienten los pies! Veo el desvío a Sallent del Gállego y me acuerdo de Nacho que hace bien poco ha estado por aquí. ¡Algún día nos tendremos que poner de acuedo para coincidir en estas montañas tan amadas por ambos!

El refugio de Respomuso, con el circo de Piedrafita a su espalda (y, adivinad, sí, un lago delante aunque en realidad en este caso es un embalse) parece un hotel de lujo comparado con los refugios franceses que he dejado atrás. Duchas con agua caliente, espacio en el comedor, un colchón por persona, taquillas para dejar la mochila y personal extraordinariamente simpático. Teniendo en cuenta que ya no para de llover en toda la tarde (y noche) es una vedadera bendición.

Mi charla nocturna de hoy es con cuatro manchegas, casi paisanas: Esther, Marta, Elisa y… (y me falta un nombre). Han venido al festival de Sallent y se han acercado a empaparse de natura. Esther me interroga sobre mi ruta y Marta me da una charla fantástica sobre la pedagogía Waldorf, con la que trabaja. ¡Qué bueno es encontrar gente interesante por el mundo!

Día 12. Candanchú-Refugio de la Pombie: Lagos y neveros bajo el gigante de piedra.

Amaneciendo en Candanchú

Amaneciendo en Candanchú

Día tranquilo, etapa tranquila, buen tiempo… ¡Ni siquiera estoy cansada! Será el baño a la sombra del Midi d’Osseau, será que he empezado más pronto o será que el día de descanso en Candanchú ha hecho su efecto (¡hotel Edelweis, os lo recomiendo encarecidamente!). Por contraste con lo anterior, todo parece tan apacible, tan sencillo, tan normal…. Ningún susto, ninguna mala experiencia, ninguna sorpresa (salvo, claro está, la querencia al campo a través matutino de mis tracks)…

He hecho parte del camino (y he cenado después) junto a Alicia (Alicia sí,  no Alice), una californiana extrovertida y encantadora que habla un perfecto español mejicano. Ha venido a España con su novio y estarán solo dos semanas: una para andar por los Pirineos y otra para hacer parte del Camino de Santiago porque le hace ilusión a su abuela. El caso es que su chico tiene problemas con un pie y ella ha decidido continuar sola y reencontrarlo en Gavarnie. Sorprendente ¿no? Pero reafirma la idea de la intensidad de la experiencia.

En el Coll de Moines. Fototomada por Alicia

En el Coll de Moines. Foto tomada por Alicia

El verme cada vez con más capacidad para subir o bajar con el mochilón me da ánimo. ¡1400m de ascenso hoy! y 700m de descenso y un recorrido de 17km dominado por una sucesión de lagos invitadores al baño con vistas a pequeños neveros que recuerdan que estamos en alta montaña. ¡Y las primeras morrenas! Inmensas rocas desperdigadas a las faldas de las cimas que a veces enmarcan ese lago deseado o a veces, simplemente, se empeñan en obstaculizar el camino y en poner a prueba nuestro equilibrio y resistencia.

Duermo bajo el monstruo pétreo del Midi d’Osseau, en el refugio de Pombie, con lago privado pero sin duchas, ni baños (solo una triste letrina para todos), ni enchufes, ni cerveza fría y ¡con camas corridas! Supongo que tendría que haber montado la tienda. En fin, ya veremos cómo se da la noche y si la cena y el desayuno compensan las incomodidades.

Desde el refugio de Pombie

Desde el refugio de Pombie

Mañana será, sin duda, un día especial. Nueve años después, repito la etapa que supuso mi bautismo pirenaico. Fue un día extraño en el que me sentí novata y fuera de lugar. Añorando a Arno y llorando. Porque así me recuerdo, subiendo y llorando, siguiendo a toda esa gente perfectamente equipada que eran mi grupo (justo al contrario que yo) y preguntándome qué narices hacía yo allí. No podía imaginar cómo la experiencia me iba a cambiar. Repetir la ruta de esos días es ponerme en contacto con quién era y poder valorar cómo soy con casi una década más y muchos kilómetros de montaña ya en mis piernas.

Ójala que el tiempo me respete y me permira disfrutarlo.

Día 11. Guarinza-Candanchú: El cielo ruge en el paraíso de las vacas.

Aguas tuertas

Aguas tuertas

Si ayer, con el Petrechema y Acherito, entré de lleno en los auténticos Pirineos, esos que me cautivaron, en los que a la más desnuda roca le suceden inmensos valles verdes, y en cuyos recodos se esconden lagos increíbles, hoy he disfrutado de la más hermosa etapa jamás soñada.

Subiendo...

Subiendo…

No obstante, el Pirineo se defiende, ruge y espanta. Y así lo ha hecho esta mañana cuando, a eso de las 8.00h, el cielo se ha cerrado en banda y ha descargado su furia sobre todos aquellos que iniciábamos la marcha. Unos hemos tenido más suerte encontrando cobijo justo a tiempo. En mi caso, esperando tranquilamente el paso de la lluvia, los truenos y relámpagos dentro de un refugio (semiabandonado y en muy mal estado, pero refugio al fin). Otros, con menos suerte, tras sufrir el temporal, han decidido abandonar. Lo siento por ellos, porque finalmente ha hecho un día precioso.

Guarinza, en plena tormenta

Guarinza, en plena tormenta

Una hora después

Una hora después

Aguas tuertas es un inmenso, dulce, húmedo y verde valle poblado por las vacas más afortunadas de esta tierra, que culmina en un no menos inmenso y paradisíaco lago, el ibón de Estanés, cuya aparición, enmarcada por dos de los grandes colosos pirenaicos, el Midi d’Ossau (2884m) a la izquierda y el Vignemale (3298m) al frente, deja, literalmente, sin palabras. Allí me hubiera quedado todo el día si no fuera por el temor a nuevos temporales y por las ganas de llegar, ¡por fin! y al final de cuatro largos días, a la civilización y a la promesa de una ducha, una cama y un día de descanso.

Ibón de Estanés, con el Midi d'Ossau y el Vignemale al fondo

Ibón de Estanés, con el Midi d’Ossau y el Vignemale al fondo

Y como casi cada día, hoy también he tenido ese rato de charla y comunicación. Esta vez con Ramón, un ciclista de Donosti que me he encontrado subiendo hacia Aguas tuertas, que se ha ofrecido a hacerme una foto y que luego he reencontrado en Candanchú. Inesperadamente, este viaje solitario se está convirtiendo también en una galería de historias personales a cada cual más profunda y emotiva. ¡Hermoso!

Panorámica de Aguas tuertas

Panorámica de Aguas tuertas

Día 10. Hoya del portillo de Larra-Guarinza: Acherito y los belgas.

Lirios camino del Petrechema

Lirios camino del Petrechema

Son las 7.00h de la tarde y de nuevo metida en la tienda mientras fuera llueve y truena. Pero hoy es diferente. Estoy en un prado junto al río Aragón Subordán (afluente del Aragón), al final del valle de Hecho, al norte de la Selva de Oza. Es un lugar no habitado pero sí transitado y además no tengo el agotamiento físico de ayer. Solo es una tormenta. Y se me había olvidado lo agradable que puede ser la lluvia golpeando por encima de nuestras cabezas. Me recuerda a esa otra tormenta pasada, también en tienda, junto a Nuria en Benasque, y a todo lo que nos reímos ese día. Al final, Alfonso y Miguel Ángel (gracias por vuestros consejos), la elección de una tienda donde pudiera estar sentada ha sido un acierto.

Candanchú todavía está a un día de camino, uno más de lo previsto. Pero era lógico. Y me he empeñado en acortar distancias y ha sido una tontería que he pagado con la jornada de pesadilla de ayer. Y eso que al final la noche fue tranquila y el día ha ido, poco a poco, arreglándose. Desde que inicié la marcha, con la casi incapacidad de tragar la pasta en que se convertían en mi boca las barrritas que me he obligado a comer, hasta llegar aquí con las fuerzas renovadas gracias, en gran parte, al litro de agua con limón que me han ofrecido una pareja de belgas amabilísimos, únicos «habitantes» del precioso paraje de Acherito.

Antes de Acherito, ya camino del collado del Petrechema (o Ansabere, seguimos con la duplicidad de nombres) y sus espectaculares agujas dos «encuentros» especiales. El más importante y deseado, un escuálido arroyo que me permite (eso sí, con mucha paciencia), reponer agua y con ella ánimos para seguir. Y un poco antes, y saliendo por fin del paraje desolador de ayer, lo más curioso: los restos del paso de Françesc (el carismático guía-líder-gurú de Atlas Natura) y los atlasnaturianos en forma de trozos de banderitas de esas naranjas tan características usadas por él para que nadie se pierda. Me pregunto cuántos años llevarán allí porque, que yo sepa, hace tiempo que no organizan este bloque. Me traigo uno como souvenir.

Agujas de Ansabere

Agujas de Ansabere

Los tracks, o mejor, mi manía de ser demasiado obediente para con ellos, todavía me meten en algún problemilla que pone a prueba mi capacidad escaladora con mochila incluída (¡impresionante la inercia que tiene y sus efectos sobre el equilibrio!). Por lo demás, hoy he empezado a reconocer el Pirineo, mi Pirineo, y he podido bañarme en el primero de los lagos que la ruta ofrece: el ibón de Acherito. Un verdadero placer.

Ibón de Acherito

Ibón de Acherito

Y de propina, una visita en furgoneta por el valle de Hecho a cargo de mis ángeles de la guardia de hoy, mis amigos los belgas que, ya al final del camino, y viendo que el tiempo pintaba mal, se han ofrecido a llevarme a un camping cercano. Camping que al final ha resultado existir solo en sus mentes, lo que les ha obligado a traerme de nuevo de vuelta. En el camino, una nueva historia contada en español precario y puntuada por frases en inglés, la de su viaje de tres semanas a España (después de muchos otros anteriores) en el que pasarán por Gredos, Montfragüe, Sevilla y la costa de Huelva.