Día 9. Puerto de la Pista-Portillo de Larra: ¿Dónde están mis fuerzas?

No sé si llamar miedo a lo que he sentido hoy pero sí sé que no recuerdo momentos en mi vida de tan terrible desolación. De verme en la boca del lobo y de saber que nadie va a venir a buscarme. De sentir que el desierto es eterno, que mis fuerzas me han abandonado totalmente, que apenas puedo poner un pie delante de otro, que un mundo de bosque y roca se cierra ante mí y comienza a amenazar tormenta y que ni siquiera puedo comer porque, con la boca tan seca y el poco agua que tengo, el tragar es imposible.

Mi desierto de hoy es un bosque sucio y cerrado, lleno de ramas atravesadas, hojas amontonadas, piedras que se esconden bajo las hojas y miles y miles de moscas que me acompañan constantemente. Y calor sofocante y ni una brizna de aire que lo alivie. Entré aquí a eso de las doce de la mañana y tras más de cinco horas avanzando penosamente, parando cada poco y recriminándome más y más a medida que avanzo (sobre todo porque sé que la noche me pillará lejos de la humanidad) tengo que parar y ni siquiera parece haber dos metros cuadrados lisos y regulares para poder instalar la tienda. Tengo ganas de llorar y lo único que me impide hacerlo es el saber que no valdrá para nada.

Desde que, sobre las once y cerca del refugio de Belagua robé —sí robé— dos litros de agua de una garrafa de cinco en una cabaña (que me perdonen los ganaderos del valle del Roncal) no he vuelto a encontrar agua (como tampoco la había encontrado antes). Ni fuentes, ni arroyos, ni nada de nada. ¿Hubiera sido mejor no encontrarla? Lo mismo, porque así, estando en la carretera como estaba, habría parado a alguien para que me acercara a Isaba, el pueblo más cercano, donde habría podido repostar como es debido e incluso reflexionar antes de meterme en esta pesadilla.

Son las 7.30 de la tarde, estoy metida en la tienda (¡al final encontré un mínimo espacio para ella!) y parece que ha parado de tronar ¡Menos mal! Por primera vez pienso seriamente en que se acabó, que en cuanto llegue a Candanchú o en la primera carretera que vea, mando todo a paseo, busco un bar, me tomo siete aquarius (¡cada vez que pienso en un aquarius me pongo enferma de pura necesidad!) y después otras siete cervezas y me paso el resto del verano leyendo al borde de una piscina.

Lo único que puedo hacer para no pensar es dormir. Dormir once horas hasta que amanezca y después echar de nuevo a andar. Porque cuanto más me aleje de aquí más cerca estará la posibilidad de saciar mi sed. Sólo me queda pensar, en un intento por consolarme, en lo que me reiré cuando lo cuente. ¡Ójala!

Día 8. Coll de Bagardi-Portillo de la pista: In the border

Vista desde mi

Vista desde mi «dormitorio»

¿Por qué no tengo miedo? Hoy es la primera noche que planto la tienda en medio de la montaña, a 1500m de altitud sin nadie a la vista ni tampoco nadie, posiblemente, en kilómetros a la redonda. Sin cobertura, rodeada de un paisaje hermosísimo y con el único ruido de los cencerros que suenan valle abajo. Y no tengo miedo. Al contrario, siento paz.

Ha sido un día muy duro. Caí en la tentación del desayuno caliente y eso retrasó mi salida hasta las 9.00h (tardísimo para lo que me esperaba) pero me dio la oportunidad de seguir charlando con Verla (¡por fin el nombre de la belga!) y con una pareja que también recorren el Pirineo, pero en bici. Él es profe de educación física recién jubilado y ella, también jubilada, era secretaria-contable. Verla es profe de infantil, tiene ¡cuatro hijos! y grandes, y está un poco triste tras su segundo divorcio pero seguro que los días que le quedan de su recorrido por el GR10 le sentarán estupendamente.

Y con el estómago lleno, montaña arriba. Y esta vez me he liado yo sola, porque por no gustarme el trazado inicial del GR12, que es el que debería seguir, ni confiar del todo después de lo de ayer en mi track de hoy, he tomado la vía de enmedio y me ha costado lo mío (además de una caída tonta sin consecuencias) reencontrar el buen camino: una subida eterna a pleno sol esquivando crestas rocosas hasta, casi, la cima del Ory. Me he quedado a 50m pero estaba tan cansada que no he dudado lo más mínimo en esquivarla e iniciar la bajada. Y más sol, y más cansancio y el paraíso en forma de alemanes que, en el puerto de Larrau, me han dado fruta y agua. ¡Prometo no volver a quejarme nunca de las caravanas!

Desayuno en Iraty con Verla y los ciclistas

Desayuno en Iraty con Verla y los ciclistas

A partir del Ory, todo es terreno fronterizo. Y desde el puerto de Larrau, todo son colinas verdes que se suceden y en cuyas cimas están las mugas fronterizas. Ahora mismo creo que voy por la 247. Un paso a la derecha y estoy en España. Uno a la izquierda y estoy en Francia. Un tanto absurdo eso de las fronteras.

Subiendo al Ory, de nuevo me ha invadido el desaliento y he pensado en que es imposible. Son momentos terriblemente duros. Sudando, sedienta, sintiendo las piernas (literalmente) temblar con el esfuerzo. Parece que no acaba nunca. Y eso que era tan solo el inico de una larguísima etapa que, como era de esperar, no he culminado, y por eso estoy aquí, a medio camino. Me consuela el pensar que sí he hecho más de la etapa correspondiente que hace Atlas Natura. Eso es que no estoy tan mal. Y una buena noticia, al final, y puesto que el terreno era mucho más suave, he andado casi deprisa, casi sin sentir la mochila y casi sin dolor de pies. ¿Os habéis dado cuenta de que ya no menciono la rodilla?.

Buenas noches.

Día 7. Egurgui-Coll de Bagargui: Infiel.

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Desde la Selva de Iraty

¿Y quién no lo sería si, después de poner toda tu confianza en él te encuentras perdida por su culpa durante más de dos horas en una ladera plagada de helechos, rodeada de niebla y sabiendo que no tienes escapatoria y que aún así estás en sus manos? El puñetero GPS, o mejor dicho, el track de hoy (reeconozco que era sospechosamente rectilineo), me ha traicionado. Así que le he devuelto la traición lléndome detrás del primer indicador de GR que he visto. ¡Ahí te quedas! Pero el tiempo y energía perdidos no me los quita nadie. ¡Menos mal que la etapa de hoy era corta!.

Y menos mal también que llevaba café calentito en el cuerpo cortesía de mis vecinos franceses. La pareja con la que ayer me crucé todo el camino y que hoy me han contado que, ahora que están jubilados y con los hijos grandes, cada año hacen unos cuantos días de travesía pirenaica. ¡Y él lleva 18kg de mochila! Camping gas incluído, claro está.

Después del café

Después del café

Anoche, metida en mi tienda y poniéndome toda la ropa del mundo para no pasar frío, pensaba en el lío en el que me he metido y en si realmente me merece la pena. Porque una vez aquí, la fuerza que me llamaba desde hace años a emprender esta empresa se ha diluído en gran parte. Por supuesto que quedan el reto, la belleza, la necesidad de seguir adelante y una misteriosa fuerza que se ha apoderado de mí y que me lleva quiera o no quiera. Pero cuando echo a andar cada mañana, realmente me parece que no hay nada mejor que pudiera estar haciendo y las ganas se renuevan incluso a pesar de las cotidianas nieblas matutinas y la incertidumbre de si acabarán abriendo o no.

Estoy descubriendo que el tema de los GRs es un mundo. Aparte del GR 10 y el GR 11 (que recorren el Pirineo por el lado francés y el español respetivamente) y sus variantes, resulta que ahora se han inventado (al menos en esta zona) el GR 12, que pasa por enmedio de los dos pero que, en según que tramos, es el antiguo GR 11 ya que a este lo han desplazado más al sur. Un lío, sobre todo para aclararse con los mapas.

Al final, ha sido el susodicho GR 12, y luego un poquito de GR 10, los que me han traído hasta aquí, al centro neurálgico de la Selva de Irati, un precioso bosque francés con «cabañas» (chalecitos) realmente bonitas que se alquilan por semanas. Salvo una de ellas, que es un gite d’etape (un refugio a la francesa) en la cual me quedo esta noche por el módico precio de 14 €. La pena es que los caminos que atravesando el bosque traen hasta aquí, son pistas anchas, empinadas y erosionadas, muy pesadas de andar y que invitan poco a recrearse en el paisaje. No se puede tener todo.

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Y al fondo, el Ory

Hacia el final del camino, me ha adelantado una belga cuyo nombre flamenco se me resiste (y eso que me lo ha repetido tres veces) con quien he compartido cerveza y charla. ¿Por qué somos más las mujeres que andamos solas? Hasta ahora creo que sólo he visto un par de hombres solos (dejando aparte los del Camino de Santiago) por, al menos el doble de mujeres. Lo curioso es que tanto mi amiga de nombre impronunciable de hoy como la francesa que me encontré el primer día parece que anden solas acechando la oportunidad de agregarse a la primera mujer también sola —o sea, yo— que les pase por el lado. Y llamadme antipática, estúpida o lo que queráis pero es que en mi caso ¡la soledad es una elección! y me encanta charlar pero no con cualquiera ni de cualquier cosa y menos si estoy subiendo (o bajando) por un camino que me requiere concentración y esfuerzo. Aún así, esta vez la conversación ha sido muy agradable y la cena posterior, a base de garbure, una sopa de verduras típica de por aquí y de la cual me han puesto ración triple, también.

Mañana de nuevo la incertidumbre. ¿Llegaré a Belagua?¿Me quedaré arrastrando a medio camino?¿Será capaz el GPS de ganarse de nuevo mi confianza? Al menos esto último ¡espero que sí! aunque ya he comprobado que, al menos durante un día más, puedo seguir confiando en el las rallitas blancas y rojas.

Día 6. Burguete-Egurgui: Y al final el sol vence.

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El sol abriéndose camino entre la niebla y los árboles en la subida, desde Roncesvalles, en sentido contrario al Camino de Santiago, al collado de Lepoeder

.Nueva etapa reina, casi 25km, 900m de subida, otros tantos de bajada, y salvo el dolor final de pies —toco madera—, ¡todo bien! Pero el susto llega al volver a mirar lo que me espera. Porque estoy tardando de media dos horas más de los tiempos que veo en el libro (y en las previsiones de Atlas Natura), lo cual no es problema si se trata de hacer ocho horas en vez de seis o incluso, como hoy, diez en vez de ocho. Pero ¡no me había fijado que por encima de las reinas están las emperatrices! y que pasado mañana me marcan un recorrido ¡¡¡¡¡de diez horas!!!!! que más dos (o tres) serán ¡doce o trece horas andando! Tengo que hacer algo, pero la otra opción son tres noches seguidas de acampada libre y no sé qué es peor. Veremos.

Esta mañana he presenciado el duelo entre el sol y la niebla. Amanecí con cielo azul y ya subiendo al collado de Ibañeta (muy cerquita de Roncesvalles u Orellana) empezaron el frío, el viento y la niebla. ¡Por favor, otra vez no! En todos los años que he rondado por los Pirineos no me he encontrado tanto mal tiempo (por frío o por calor) tan concentrado en tan pocos días. De nuevo subí pensando en andar bien, en apoyar bien, en no te confíes con la rodilla… Y me acordé de Gumer (Gumersinda) que hace años me hizo unas sesiones de corrección postural y me decía que «quitara el freno de mano» porque según ella (y doy fe de que es verdad) hacía que siempre llevara contraida la zona lumbar baja. Y entre niebla y más niebla y ascenso recortando carretera hacia un repetidor obviamente invisible, también me he acordado de un antiguo compañero flautista de quien anduve enamoriscada en su tiempo y con el que algunas noches de verano subíamos a otro repetidor, en este caso el de Cuenca, y allí perdíamos el tiempo pasando frío y contando chistes, vamos, sublimando.

Al final el sol ha ganado la batalla y ha comenzado a filtrarse entre las hojas y a calentar poco a poco y a la altura del siguiente collado, el de Lepoeder (¡impresionante! ¡un collado con wifi libre!), ya sólo se veía cielo azul. La niebla quedaba abajo semiocultando los valles y dejándonos sentir la vida por encima de las nubes.

Y prados, y algún bosque, y vacas, y muchos pensamientos desordenados, y una pareja de franceses maduritos que hacían el mismo recorrido que yo, con los que me cruzado repetidas veces y que esta noche son mis compañeros de «cuarto» frente al fronteizo río Urrio donde ¡me he bañado! a la llegada.

Delante de mí, las faldas del monte Okabe, a estas horas cubriéndose, de nuevo, con jirones de niebla. Hace frío. Mejor me voy a dormir.

Jornada de descanso (y van dos)

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Bajorrelieve de la Colegiata de Roncesvalles

Reconozco que ayer, cuando el vértigo ante la conciencia repentina de mi falta de planificación para los próximos días me convenció de hacer un nuevo receso, me sentí fatal. ¡Menuda blandengue que para andar cinco días tiene que descansar dos! A este ritmo ¿cuántos días puedo necesitar? Desde luego, más de los que tengo. Pero era necesario. Y además ¿No me había planteado este viaje no como una competición sino como un sueño del que disfrutar tranquila? ¿Qué sentido tiene ir como una loca sin estudiar el terreno ni saber ni a dónde ni cómo se va por mucho GPS que se lleve? ¿Para qué añadir a la dureza del esfuerzo el peso de la incertidumbre?

Me he pasado toda la mañana ordenando mapas (son como treinta en total), viendo las «zonas oscuras», es decir, las que me faltan (que son muy pocas) y, sobre todo, concretando el qué será de mí en los próximos días. Porque, y esto fue la causa de mi pánico de ayer, a partir de mañana y hasta que llegue, en cinco jornadas más —espero—, a la tierra prometida de Aragón, el paso por zonas mínimamente civilizadas se vuelve escaso. Los refugios en esta parte de la ruta son prácticamente inexistentes (y me refiero a refugios guardados) y las posibilidades de recargar toda la parafernalia electrónica que tanto me facilita la vida, más escasas todavía (que nadie se sorprenda de no tener noticias mías en unos días).

No obstante, el plan está hecho. Incluso he podido reservar una habitación individual (¡pedazo de lujazo!) en el albergue que hay en plena Selva de Iraty, en el Coll de Bagargui, donde, si no pasa nada, dormiré dentro de dos noches. Después, otros tres días «tirada» en la montaña en plan semisalvaje y comprobando si mi autonomía energética resiste el tirón hasta llegar a Candanchú. Y ya mismo estoy reservando allí hotel y ducha porque ¡no me quiero ni imaginar cómo oleré para entonces!.

A mediodía, ya con los deberes hechos, me he acercado a Roncesvalles. Un paseíto de nada pasando por un nuevo bosque de brujas, aunque esta vez paralelo a la carretera. No sé por qué pero me imaginaba un pueblo en toda regla, lleno de servicios. Y resulta que no, que es tan sólo un complejo (tirando a pequeño) de albergues, hoteles y restaurantes, surgido alrededor del monasterio. Los servicios (y no sólo mi tan ansiado cajero) están aquí, en Burguete, que es el verdadero pueblo. Un pueblo-calle que vive enteramente, eso sí, de los peregrinos.

Finalmente, una primera vista atrás me da el balance positivo de haber recorrido mis primeros 100km, de haberlo hecho sin (casi) agujetas y sin ampollas (lo que supongo será fruto de mi extraordinaria lentitud) y el haber sobrepasado una primera frontera inconsciente. Y junto a ello, la sonrisa de recordar mis momentos más vergonzantes: yo, la «exquisita», la amante de los gastrobares y el buen vino, ¡disfrutando como una loca de un bocata de chorizo revilla hecho con pan de antesdeayer! No somos nadie.

Día 5. Urepel-Burguete: Niebla

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Hoy ha sido un día extraño. Quizá la niebla haya tenido algo que ver y eso que ni siquiera era muy espesa. Pero falta de perspectiva, la ausencia de paisaje, la humedad constante, la lluvia inexistente que respeta los claros pero que se desata en los bosques… La soledad, que aún buscada me sorprende…

Porque en este día gris y anodino, desde que atravesé el minúsculo pueblo de Urepel saludando a venerables ancianas (exactamente dos) que aseaban las puertas de sus casas (sí, las francesas, al menos las más añejas, también lo hacen), han pasado 10 km sin ver un alma. A no ser que por «alma» se entiendan las ovejas que salen despavoridas a mi paso (¿recordáis la película Baby, el cerdito valiente?) o las jaurías de perros que aparecen de vez en cuando haciendo gala de su poderío vocal (¡Menos mal que hace tiempo vencí la fobia que les tenía!). Y me ha dado tiempo a sentir un pelín de aburrimiento y otro poquito de soledad. Pero lo curioso es que ¡eso significa que ya mi cuerpo no me incordia tanto! ¡Que la rodilla me deja vivir! ¡Que me voy acostumbrando a la mochila! ¡Que el repelente de bichos picadores funciona! ¡Que no hace ni frío ni calor! Bien.

Cambiando de tema, resulta chocante la diferencia entre esa Navarra profunda de la que vengo a la Francia no menos profunda de la que salgo. Los pueblos que me encontré en la primera, cuidadísimos, están llenos de alojamientos turísticos y, aunque se siente que los jóvenes escasean, hay pandillas de niños rondando libres y disfrutando del verano al cuidado de sus abuelos. En Les Aldudes, como en muchas otras zonas de Francia, los pueblos, igualmente cuidados, albergan sin embargo a una población mucho más envejecida, una vida turística casi nula y una actividad agraria más evidente.

El caso es que hoy, en mi empeño subconsciente de no hacer ningún día menos de 20km, he vuelto a recorrer los 4km de carretera entre Les Aldudes y Urepel lo que, añadido a los casi 16 de ruta  (diez y pico de subida, cinco y pico de bajada), voilá, me acercan a la media. Y se me ha hecho largo. Quizá porque la niebla no me ha dejado descansar (parar significa mojarse más y quedarse fría). Pero sobre todo porque de repente veo que esto va en serio ¡Y me entra la prisa por llegar! ¡Si seré tonta! La inmensa tranquilidad de estos días atrás en los que lo único importante era dar un paso detrás del otro y en los que estaba casi segura de que algo pasaría que no me dejara seguir ha dado paso a la inquietud del «¿y si lo consigo?», al prurito personal, al «venga Elisa, tú puedes». Y todo eso, lejos de ayudarme, me hace pensar más en la meta que en el camino y desvirtúa lo que he venido a buscar (eso que ni yo misma sé lo que es).

Y entre unas cosas y otras, he llegado a mi meta de hoy, Burguete (en euskera Auritz, ¡qué lío de nombres!). ¿Y por qué Burguete y no Roncesvalles que está tan solo a dos kilómetros al norte y es mucho más glamuroso y sonoro? Pues por una razón de peso: aquí está el único cajero automático en muchos kilómetros a la redonda y el primero desde que salí. Porque aunque resulte extraño, en Roncesvalles, a pesar de las hordas de peregrinos, no hay cajero, y mucho menos lo había en los pueblos por los que he pasado hasta ahora. Y aunque también resulte extraño, mea culpa, no había pevisto que algo así fuera a pasar.

Como tampoco había previsto el «estudiarme» las rutas que tengo por delante en los próximos días. Y cuando esta tarde he empezado a ver la que se me viene encima (noches y noches de dormir en tienda en zonas de acampada libre) me ha dado el miedo escénico y he pensado que necesito parar de nuevo para planificar, al menos, la próxima semana. Porque no solo se trata de controlar la ruta (aunque la lleve en GPS me gusta saber por dónde voy) y los sitios de avituallamiento y el dónde se va a dormir, sino que, a lo largo de estos días, y a pesar de las baterías de repuesto, se me ha hecho evidente que también necesito un enchufe (o dos) para mí sola al menos cada tres o cuatro noches. Y eso complica la organización.

Paciencia.

Día 4. Erratzu-les Aldudes: Cresteando

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El valle de les Aldudes desde la frontera

Entre dos países y entre dos valles, el de Baztan en España y el de les Aldudes en Francia. Porque gran parte de la ruta de hoy se ha desarrollado justo en ese punto de indefinición geográfica y política marcado por crestas sembradas de mugas fronterizas. Entre hayedos y vistas espectaculares a ambos valles.

Como el día prometía ser caluroso anoche me oropuse salir a las 7.00 pero parece que es imposible ponerme en marcha antes de las 8.00. ¿Cómo se puede tardar tanto en recoger? Que si pliegas saco y colchoneta, que si secas la tienda (¡cómo puede condensar tanto!), que si reorganizas la mochila, que si comes algo, que si revisas, que si coges agua….. ¡Más de una hora de preparación! Demasiado para mis nervios. En fin, es lo que hay.

El problema de la ruta de hoy, aparentemente sencilla ya que solo era subir-crestear-bajar, es que no hay manera de saber cómo se llaman las cosas (los collados) aquí. Empezando porque el primero, el collado de Elorrieta, también se llama de Xorilepo, aunque en los mapas no suelen aparecer los dos nombres, y siguiendo por todos los demás: los nombres que aparecen en las rutas no se encuentran en el mapa con lo cual hay que intuir la «traducción». Pero además el mapa tampoco indica senderos que sí están señalizados, algunos como GRs, en el recorrido, pero sin que haya forma de saber de dónde vienen ni adónde van. Menos mal que la combinación de tracks en el GPS y mapas en PDF en la ipad siempre me acaba sacando de apuros. Aunque a veces, para evitar proglemas, quisiera ser como Valentina, la venezolana que me encontré en Urdax haciendo el Camino de Santiago, y que ni siquiera sabía lo que eran los Pirineos, sólo seguía las flechas amarillas.

Pero además, están los hayedos. Esos bosques mágicos y aparentemente amables que no sé si me recuerdan más a la bruja de Blair o a la de Hansel y Gretel. Son bosques en los que los árboles se respetan, se dejan su espacio. Son altos —pero no tiesos ni engreídos—, y sus troncos blancos se suelen cubrir de una confortable capa de suave musgo. Bajo ellos, un suelo igualmente mullido acumula las hojas caídas a lo largo de los años. Si miras arriba, la luz se filtra a través del verde luminoso y transparente de la hojas nuevas. Pero si te dejas llevar por su belleza, te pierdes seguro. Porque todo es igual. Igual de hermoso pero igual. Mires donde mires, el bosque te envuelve. Y al enmudecimiento por la belleza le sigue la consternación por la desorientación. ¿Dónde estoy? Menos mal que «papá GPS» acude en mi ayuda.

El final del día ha sido extraño. La bajada (los 900m de rigor), por pista asfaltada con inclinación de vértigo y a pleno sol, agotadora. Menos mal que en Aldude había una fuente (y una familia de Barcelona que me ha dicho dónde estaba). Pero todavía quedaba el final: cinco kilómetros de carretera, de nuevo a pleno sol. Y el final del final. Porque esta vez, y no sólo guiada por el libro de la ARP de Alpina, sino también por la señora que me ha vendido fruta en Aldude, tampoco me he librado del chasco: la esperada zona de acampada de Urepel era un prado inmundo invadido por perros plastas y con una casa-caravana al lado en la que dormitaba una mujer que nos ha informado de muy malas maneras de que ella no sabía nada del camping.

Y digo «nos» porque ya llegando a Urepel, destrozada como estaba, un hombre se ha ofrecido a ayudarme y a llevarme hasta el susodicho camping. Se lo he agradecido en el alma, la verdad, pero más se lo hubiera agradecido si no hubiera insistido en que me podía duchar en su casa y en invitarme a algo. La verdad es que ha sido un momento pelín tenso. ¿A los casi 50 todavía hay que estar con estas? ¡Dios, qué hartura! Finalmente, como ha visto que no estaba para tonterías me ha traído de vuelta a les Aludes donde he encontrado alojamiento en una Chambre d’hôtes de esas limpias y auténticas, toda ella madera y detalles inútiles pero con charme (rústico, pero charme). La gloria.

Y de nuevo el comprobar cómo lo que parece malo se transmuta en bueno y viceversa. La vida.

Día 3. Urdax-Erratzu: lluvia, talo y exceso de confianza.

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Entre Amayur y Erratzu

Entre las cosas que me resultan más llamativas del desplazarse andando es el cómo todo se agudiza, lo bueno y lo malo. Y cómo la intensidad con que se viven los buenos y malos momentos enseña a relativizar, a ser paciente, a tener esperanza. Porque sabes que después de empaparte hasta los huesos y tenerte que montar un parapeto con el chubasquero (que está tan mojado por dentro como por fuera), después de quitarte la camiseta y escurrirla, después de localizar y sacar la toalla y ponerte ropa seca, comienzas a sentirte de nuevo bien y empiezas a entrar en calor, y al rato para de llover, y los pantalones y las botas (y los calcetines) empiezan a secarse, y sale el sol, y llegas a un pueblo que parece un decorado donde encuentras un molino con una pareja súper agradable que te pone un vino y una torta de maiz (el talo) con queso y chistorra que te sabe a gloria y te da optimismo para todo el día. Ahí va eso. El pueblo se llama Maya o Amayur. ¿Os suena?

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Molino de Amayur

Y entre las cosas que me gustan de andar sola, sobre todo cuando el esfuerzo requerido es importante, es la posibilidad de escuchar mi cuerpo y mi pensamiento, de poder parar justo cuando lo requiero sin molestar a nadie, y poder seguir cuando el cuerpo me lo pide a pesar de saber que debería parar. Me gusta seguir mi intuición sin tener que discutirla ni imponérsela a nadie y asumiendo que a veces acierto y a veces me equivoco. Me gusta que la gente parece más dispuesta a hablar contigo cuando vas sola (¿o es que soy yo la que voy más abierta?). Y si no, que se lo pregunten a la señora que me he encontrado ya en dirección a Eratzu y que manda un mensaje tranquilizador para mi madre: que no te preocupes mamá, que aquí la gente es buena y se conocen todos, que los «otros» se cuentan con los dedos de una mano y que si me pierdo me ayudan y si me pasa algo también. Un sol de señora.

Felipe (el del molino) me ha advertido de que tenga cuidado con la niebla, que aquí es muy espesa y despista a cualquiera. Pero también me ha informado de que todas las bordas (cabañas) que encuentre en el monte por esta zona están obligadas a tener una parte abierta (normalmente la leñera) en la que cualquiera se puede cobijar. Tranquilizador. Mientras, su chica, me explicaba los secretos de un buen talo: hacerlo lento, sellarlo bien, esperar a que el calor lo infle y después separar ambas partes, rellenarlo y a comer. Buenísimo.

Pero hasta llegar ahí, puerto de Otsondo arriba sin parar de llover, he seguido parte del Camino de Santiago y me he acordado de Antonio y Rocío (y de Irene y Ángel y Julia y Ángel junior y Elena), que hicieron otra parte del camino el año pasado, y de cómo les gustaría esta zona (parece ser que, por motivos políticos, se comienza en Roncesvalles pero que el auténtico camino vendría, precisamente, de Urdax).

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Camino del puerto de Otsondo

Finalmente, no sé si ha sido la euforia de la comida maravillosa o la relajación del saber que si me pierdo todos los pueblos minúsculos de la zona se movilizarán en mi búsqueda (palabra de la señora amayurense) o el dejarme llevar por las imprecisas indicaciones de los paisanos o que, simplemente, y de forma inconsciente, no estaba dispuesta a hacer una etapa de menos de 20 kilómetros, pero el caso es que ¡me he perdido! Y he debido dar una vuelta de al menos 5 km de más hasta que he encontrado este pueblo perdido lleno de casas rurales y vacas, en pleno valle de Baztán, en cuyo camping me alojaré esta noche y la próxima. Porque mañana descanso. Mi rodilla se lo merece.

El paisaje, espectacular, y como lo prometido es deuda, hoy sólo fotos bonitas. Y que sepáis que escribo esto con camiseta de manga larga y plumas porque ¡hace frío! aunque aquí le llamen fresco.

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Puesta de sol en Erratzu

Por cierto, de las cosas que sí echo de menos, es la cerveza/clara/vino con los amigos después de la jornada pero…..no se puede tener todo y, además, para eso está este blog, para haceros partícipes de mi camino y para sentir, más si cabe, vuestro calor en la distancia.

Abrazos!

Día 2: Coll de Lizuniaga-Urdax. ¡Me pica todo!

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Los caminos de Navarra. ¿Quién habrá sido el zoquete, por decirlo fino, que ha «aparcado» su tractor enmendio del camiino entre Zugarramundi y Urdax? ¿Cómo puede ser que a un par de escasos kilómetros de la meta me quieran hacer dar la vuelta y retroceder por uno de esos nosecuantos caminos infectados de helechos por los que he pasado hoy abriéndome paso a lo Indiana Jones? Que lo sepáis, aunque hasta ayer los helechos me parecían bonitos, es mentira, son una plaga y además albergan insectos hambrientos que no han visto un ser humano en semanas y que se dado un homenaje en toda regla conmigo hoy. ¿Que qué he hecho? Practicar el salto del tractor (escalada en toda regla) y seguir mi muy mal señalizado camino. ¿Alguien quiere desalentar a los excursionistas? Si no es así, lo parece.

La noche ha sido estupenda a pesar de que mi hermana me informó ayer de que mi madre está «horrorizada» con mi «aventura» y que ella misma imagina un montón de bichos salvajes prestos a devorarme con nocturnidad y alevosía. Lo dicho, estupenda. Y el amanecer impagable. En pleno prado solitario porque mis compañeros nocturnos se han levantado aún de noche y se han ido como a las 6.30 de la mañana (pobres, luego se han perdido y les he sacado más de hora y media a pesar de caminar a paso de tortuga).

¿La mayor pena de hoy, aparte de los mosquitos, tábanos o lo que sea que haya sido lo que ha decidido ensañarse conmigo? La rodilla. Me duele. Y no me resigno a abandonar. Así que me pongo fisiocream y me paso todo el rato pensando en posiciones de yoga: la postura de la montaña (muy propia), baja el coxis, sube las rótulas, gira los muslos hacia dentro… El caso es que cuando pienso todo eso se alivia pero ¡menudo esfuerzo mental! La putada, que no he disfrutado del paisaje todo lo que merecía. Dejando aparte los caminos de 20 cm de ancho (vale, exagero, más bien 30) surcados de helechos de metro y medio de altura y zarzas ocasionales, he pasado por un par de bosques increíbles, de esos de cuento (¿de ahí lo de las brujas de Zugarramundi?) y collados con vistas espectaculares (si alguien quiere saber todos los nombres, que espere a los tracks). Y además la temperatura hoy se ha portado.

Dije que hoy sería una etapa tranquila y corta ¿no?. Pues que alguien me explique cómo he vuelto a anotar 20 kilómetros (eso sí, con menos desnivel, unos 600-700 de subida y otros tantos de bajada). Aún así he llegao a Urdax prontito. A las 18.00h. A tiempo de encontrar la farmacia abierta y colarme en el albergue de peregrinos (no sabía que esto forma parte del Camino de Santiago). Cinco euros por una litera en dormitorio compartido en el que volvemos a ser cinco (no, no los mismos cinco) ¡Pèro con ducha! ¡Y posibilidad de lavar ropa! ¡Y enchufes! ¡Y río para darse un baño! Ahora mismo, lo más parecido al paraíso.

¡Ah! Y he visitado el famoso frontón. Os dejo una foto para todos aquellos que alguna vez habéis oído contar a Ramon la famosa historia (que sé que sois muchos).

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Mañana prometo colgar paisajes para que pasen envidia todos mis amigos sevillanos. Besos a todos!

Día 1: Hendaya- Coll de Lizuniaga. ¡Reventada!

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Desde la foto de la playa de Hendaya de esta mañana han pasado nada menos que casi 26 kilómetros con 1000 metros de subida y 700 de bajada con tremendo apósito dorsal. El caso es que el taxista que me llevò de mi muy asquerosa aunque no barata pensión en Irún al Casino de Hendaya —en la preciosa bahía del Bidasoa, donde comienza el GR 10—, me dio ánimos: «ya te acostumbrarás». Y cómo estaría yo de acojonada que le creí. Y más le creo ahora después de una primera jornada matadora en la que a la preocupación por la mochila le siguió la preocupación por el calor sumado a la mochila y sumado a las cuestas, para después todo ello ser desplazado por la preocupación de no encontrar el camino y para, finalmente, acabar concentrando todos mis pensamientos en el dolor de rodilla (sumado al calor, sumado al no perderme y sumado a la mochila). Al final señor taxista, tenía usted razón: la mochila no es para tanto. Por cierto, ¡un enamorado de Cuenca!

Lo importante es que cumplí mi objetivo de llegar al Coll de Lizuniaga aunque el prometido hostal en el que he estado soñando todo el día ¡está cerrado! y me toca acampada libre al lado de cuatro jovencitos franceses que me han informado que, además, de fuente o río para distraer el terrible olor que me acompaña, rien de tout. Así que estrenaré mi flamante tienda (y mi flamante colchoneta y mi flamante saco) y los teñiré de tufillo para siempre jamás. Menos mal que me zampé un bocata apoteósico en el Coll de Ibardín que espero no se elimine tan rápidamente como lo hace el agua: ¡tres litros me he bebido y todos y cada uno los he, literalmente, sudado!

El paisaje idílico. Todo verde, un día luminoso, caballos con sus potros (con los cencerros que acompañarán mi sueño), el imponente Larrún dominándolo todo y helechos, miles y miles de helechos. Mañana toca una etapa cortita para resarcirme: hasta Urdax, en busca del frontón donde, según cuenta la leyenda de los atlasnaturianos, durmió un año lluvioso la expedición al completo ante el estupor de los locales quienes, hacía mucho tiempo, no veían allí «gitanos».

Buenas noches!