El banco de la foto invita a la contemplación y no está en ningún museo de arte contemporáneo ni en ningún centro de meditación, sino en el fabuloso refugio de Cap de Llauset, a 2425m de altura, enmedio de la nada… aunque quizá habría que reconsiderar si la nada es este paisaje pétreo de suelo imposible, agujas afiladas y lagos solitarios o es, más bien, en eso en lo que nos sumergimos diariamente.

El refugio en cuestión está entre Benasque y Viella, al sureste del Aneto, y llegué a él después de una decisión poco prudente: la de empezar a andar justo desde el hotel, junto al puente de San Jaime, en Benasque, en vez de aprovechar el autobús que me hubiera ahorrado unos 10 km de pista y muchos metros de desnivel ascendente. Machiruladas que tiene una (para que luego me queje), y encima con botas nuevas porque las que traía murieron en las pedreras del macizo de Posets: costuras abiertas, suelas destrozadas… comodísimas sí, pero frágiles.

La cosa es que cuando llega “lo bueno” (el terreno complicado y las pendientes cada vez más verticales) me pilla ya un poco cansada y dándome cuenta de que la suela de estas botas es mucho más dura que la de las que tenía. Y los pies sufren. El consuelo es el paisaje: a la derecha el pico de Vallibierna y a la izquierda la espaldilla del Aneto. Y los preciosos lagos de Vallibierna en los que planeaba pararme largo y tendido. Pero como veo que avanzo muy despacio y las nubes comienzan a crecer, lo dejo para la próxima.

El collado (de Vallibierna, como no podía ser otro su nombre) es impresionante. Desde él, mirando hacia atrás, a lo lejos se ve el Posets y se atisba el Monte Perdido. Por el otro lado, las montañas del Valle de Arán y la promesa de su verdor y de sus ¿cientos? de lagos. Alrededor, el silencio más absoluto. Sí, es un día gris, pero hay algo magnético en este paisaje, algo telúrico, un campo de energía bestial que anula el pensamiento y solo deja lugar para el más profundo sentimiento de paz.
Ya en el refugio, admirada por lo cuidado del diseño, su integración con el entorno y la sobriedad y eficiencia de los espacios, tengo una nueva tarde-noche de socialización: con la pareja de catalanes con la que comparto habitación, Jordi y Maena, y con Josetxu y otro Jordi, este valenciano, con quienes ceno.

En los refugios de montaña se habla de montaña. Sí, vale, es una perogrullada, pero reconozco que a veces me gustaría conocer más de quienes tengo al lado y que las conversaciones fueran menos un poner a prueba constantemente los conocimientos adquiridos: picos, rutas, anécdotas, lesiones… Empiezo a diferenciar entre el perfil de los que hacen picos y los que hacemos travesía. Y también el de quienes van en pareja o en grupo y los que caminamos en solitario. Un mundo.

Por la noche, el cielo estaba despejado y así ha seguido todo el día de hoy en una bajada hasta la boca sur del túnel de Viella que se me ha hecho bellísima y durísima por igual. Nada nuevo: piedras, lagos y bosque, pero iluminados por un cielo resplandeciente; y una muy larga bajada con botas nuevas que no me deja olvidar, en ningún momento, que tengo pies. La idea era seguir ruta desde aquí pero esta vez sí he decidido ser prudente y parar en un nuevo refugio, el de Conangles, que comparado con el de anoche parece una pensión barata pero… es lo que hay.

Y cambiando de tema, pero recuperando el de la entrada anterior, un día de descanso en Benasque no solo dio para comprar botas e ir a que Laura, de Fisiobenas, me diera una sesión de fisioterapia en el tobillo, sino también para darme un homenaje culinario en un lugar de nombre musical, Bombardino, pero en el que, de nuevo, el tópico me saltó a la yugular. ¿Las puertas del baño? Una “bla” y la otra “bla, bla, bla”. Lo mismo la primera era para necesidades menores y la segunda para mayores pero… me da que no.
