Vale, ya, seguro que estáis pensando “ya le faltaba tiempo a Elisa para que le saliera el feminismo”. Pues sí, pero es que una se pone las gafas violeta y ya no puede mirar de otro color. Pero que nadie se asuste, que empezamos con las piedras.
Desde Viadós, en el Valle de Gistaín, en el municipio de San de Juan de Plan, hasta Benasque, la ruta más habitual es la que rodea por el norte el macizo del Posets y baja a Benasque por el Valle de Estós. Un día, unos veinte kilómetros. Pero como me veo con fuerzas, me animo con lo difícil: dos etapas atravesando el citado macizo, pasando muy cerquita de varios de sus tresmiles y parando en medio en el refugio de Ángel Orus. Un verdadero empacho de piedra, y también de agua.

El tiempo estos dos días no ha sido tan bueno como hasta ahora. Se mantuvo, eso sí, durante la larga subida al Collado de Eriste (2860m) y durante el principio de la bajada. Pero en cuanto llegué al Ibón de Llardaneta, uno de esos lagos espectaculares a más de 2600m de altura, la cosa empezó a torcerse, es decir, a nublarse, y la temperatura empezó a bajar. Desde el lago al refugio, lo dicho: piedra, piedra y más piedra que hay que esquivar, saltar, trepar y destrepar. Pero la etapa, comparada con estos días atrás, es corta, y tengo tiempo casi de aburrirme porque llego al refugio antes de las cuatro de la tarde.

Y aquí toca el primer inciso de machismo. Es lo que tiene cenar con cuatro señores (nótese que me abstengo del despectivo “señoros”) de entre 40 y 60 que, entre picos y vías ferratas van dejando caer tópicos varios como que los hombres van a la montaña y las mujeres de compras (ellos son más listos porque siempre “ganan” mientras que ellas no siempre encuentran lo que buscan… ¡ah no!, ¡que la tarjeta es la suya –la de ellos–!); o que hay amigos que no les acompañan porque son unos calzonazos. En fin.
¿De verdad creemos que eso de ir más o menos a la montaña es connatural al sexo? ¿Nadie se plantea que todavía hay muchas mujeres que, primero, tienen pocos referentes; segundo, se las premia cuando son buenas y guapas, no cuando son valientes e intrépidas; tercero, escuchan desde su más tierna infancia los muchos peligros que les aguardan en los espacios que escapan a su control; y cuarto, si se les ocurre salir de esos espacios (que no incluyen la montaña, ni acompañada, ni mucho menos sola) tendrán que ser muy fuertes para resistir a la cantidad de agoreros y agoreras que les pronosticarán todo tipo de peligros?

Pongo un ejemplo. Cerca ya de Benasque, casi a las cuatro de la tarde, me he cruzado con al menos tres jóvenes solitarios, guapos, atléticos, de unos veintitantos, que subían mochilón a cuestas rumbo, o bien a alguno de los lagos que hay al menos a dos horas de camino, o bien al refugio de donde vengo, a más de cinco horas a buen ritmo. ¿Alguien le habrá dicho a cualquiera de ellos “a dónde vas a estas horas, se te va a hacer de noche”, “cómo vas a acampar solo junto a un lago”, “cómo se te ocurre ir solo”, “y si te agreden o te violan”…? Es decir, ¿alguien les habrá dicho cualquiera de esas cosas que una joven de esa misma edad tendría que escuchar? Apuesto a que no. Y aún así, cada vez me encuentro a más mujeres (solas y acompañadas).

Y vuelvo a las piedras. Porque si el primero de estos dos días fue abundante en pedregales, el segundo lo es aún más. Una inmensa superficie, hasta donde la vista alcanza, en la que solo se distingue un mar de piedra que hay que atravesar. Y una pena inmensa ya que el tiempo está regular (nublado, con algo de niebla y, conforme se asciende, frío y viento) y no permite pararse a descansar junto a ninguno de los lagos junto a los que paso, ni tampoco disfrutar de la cercanía al Posets (no se ve) ni del espectáculo paradisíaco que serían esos mismos lagos con un cielo azul. Así, con frío y cielo gris, el paisaje es duro e inhóspito, y puesto que además la previsión es de lluvia, sigo adelante casi sin parar. Resultado, llego al Puente de San Jaime, y con él al Hostal Parque Natural, justo cuando empiezan a caer las primeras gotas pero eso sí, muuuuy cansada.

Y no, no he acabado con el machismo, porque ya descansando, en uno de los grupos que sigo en Facebook en los que se habla, precisamente, de la Transpirenaica, encuentro el testimonio de un señoro (ahora sí, con todas las letras) que lo primero que dice es que hacer la travesía del Pirineo en solitario es una de esas cosas “que hacen los hombres y las mujeres no entienden”. ¡Sin comentarios!