Parzán-Viadós: Andar, meditar, pensar…

Después de escuchar llover durante gran parte de la noche, la verdad es que no pensaba andar hoy. Imaginaba que el día seguiría lluvioso, y una cosa es que te coja la lluvia por el camino y otra muy distinta salir ya lloviendo o sabiendo que va a llover. Con esa perspectiva me he levantado tarde, a las ocho (sí, tarde) pero cuando he salido a desayunar y he visto la previsión para hoy he empezado a cambiar de opinión. Y más cuando he preguntado y el único taxi de Bielsa podía, casi de milagro, acercarme al comienzo de la etapa de hoy, un poco más arriba de Parzán, justo a la hora que lo necestiba. Así que finalmente me he animado y, aunque tarde, me he echado, de nuevo, a andar.

Comienzo de la subida al Collado de Urdiceto.

A menudo andar es meditar. Y entiendo por meditar el poner todos los sentidos en una determinada actividad. Y eso es lo que me ocurrió ayer y lo que me ocurre cada vez que el sendero es exigente por estrecho, por empinado, por pedregoso, por accidentado, por… Por cualquiera de esas cosas que obligan a no pensar sino en el siguiente paso. En qué hueco o piedra o trozo de suelo poner el pie cada paso que se da. Ayer fue un día completo de meditación.

Hoy, sin embargo, el camino de subida es, casi en su totalidad, una pista apta para vehículos, con un firme regular y una pendiente suave y constante. Y aquí sí, cuando no es necesaria una concentración excesiva, es cuando, en vez de meditar, se pone en marcha una especie de “pensamiento automático” y una se encuentra pensando, normalmente, en las cosas que le preocupan.

Al comenzar el ascenso de hoy, he empezado tan solo sintiendo la humedad del bosque y su olor. Y dejando vagar mi vista por la riqueza vegetal del sotobosque: musgo, hiedra, arces, hierbas de todo tipo y miles de flores de una variedad asombrosa. Y eso, no sé por qué, me ha llevado a imaginar que bosque y sotobosque son la metáfora de lo que se dice y lo que se oculta, de lo que se vende como realidad y de la realidad misma. Y a fuerza de llevar la metáfora, conforme subía, a mis avatares vitales, he ido pasando de la curiosidad al cabreo y del cabreo a la tristeza. Y para cuando he llegado al collado de Urdiceto, esta, la tristeza, a la vista del Macizo del Monte Perdido por un lado y del del Posets por el otro, se ha acabado materializado en lágrimas, pocas y sosegadas, pero lágrimas al fin.

Muy cerca ya del Collado de Urdiceto. Al fondo, el macizo del Monte Perdido.

Sé que alguna vez ya he hablado de cómo, cuando ando en montaña, lo que es una maraña de pensamientos se va desenredando poco a poco. Es como si el pensar fuera con el andar y ambos avanzaran conjuntamente, recorriendo, resolviendo y dejando atrás unas cosas para encontrar otras. Hoy, conforme avanzo, es como si fuera tirando de una hebra “maestra” de pensamiento de forma que al final, en el collado, la maraña se ha transformado en un hilo extendido a lo largo de toda la subida. Un hilo que me ha llevado a la tristeza y que decido soltar ahí mismo para poder, en la bajada, dejar de pensar y empezar de nuevo a meditar. Otro tipo de meditación que no tiene nada que ver con la concentración en la pisada sino en el abandonarse a la belleza del paisaje.

Poco después de pasar el collado. Al fondo, el Posets.

El caso es que recordaba esta etapa como árida, poco atractiva, fácil pero pesada y me he encontrado con prados magníficos, unas vistas del Posets espectaculares, un camino agradabilísimo, agua por todas partes y, de nuevo, flores, muchas flores, sobre todo rododendros.

Al final del camino, y antes del refugio, hay un camping, y un poco antes de llegar empiezo a anticipar la cerveza que me tomaré. Lo que no imagino es que será en tan buena compañía: Patas y Marije pareciera que me estuvieran esperando. Han estado por la zona y coincidimos de nuevo. ¡Ni que nos hubiéramos puesto de acuerdo! ¡Qué buena charla y qué buenas cervezas!

Cerca del final, de nuevo el bosque.

Antes de acostarme, última mirada al Posets. Esplendoroso a la luz del anochecer que tiñe de amarillo su cima mientras que el resto, en un día especialmente claro, se recorta con una precisión y un relieve extraordinarios sobre el cielo vespertino. Buenas noches.

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