¡Y malditos indicadores que dan tiempos imposibles y que juegan con nuestras expectativas y con nuestra resistencia!¡Y malditos bosques de pendientes inauditas y de caminos de tierra suelta!¡Y malditas escobas y arroyos que invaden los caminos!¡Y malditos suelos resbaladizos!¡Y malditas esas sendas que por la mañana son entretenidas, mágicas y encantadoras y al final de la jornada se vuelven un infierno!…
Vale, ya me he desahogado. Pero mira que da rabia empezar a andar a las siete de la mañana, ver como todo se da bien, las piernas responden, la mochila no pesa, los tiempos (los míos) se cumplen y, al final, cuando ya se da todo por hecho, encontrarse una de esas bajadas terribles, matapies, que exigen que cada paso se convierta en un ejercicio de concentración y que, cuando piensas que ya queda poco, apenas estás a la mitad, y miras a tu alrededor y no ves ni rastro del puente que precede al refugio y mucho menos del refugio. Pero es que en realidad no ves nada sino bosque y pendiente y más bosque y más pendiente. Descorazonador.
Aún así, si es verdad aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos», yo hoy soy la más tonta del mundo. Porque cuando por fin he llegado, y he podido hablar con un par de franceses y una pareja de ingleses que hacen la misma ruta que yo, me ha consolado infinitamente el ver que los comentarios han sido unánimes: ¡qué horror de bajada!
El mundo de los refugios, ahora que llego sola a ellos y puedo observarlos mejor, constituye un microcosmos en sí mismo, con sus costumbres y fauna propios. Siempre hay algún solitario/a como yo y alguna pareja. Pero lo que más abundan son los grupos, normalmente pequeños, cuyas conversaciones tienden a ser previsibles. El tema estrella son los ronquidos nocturnos. ¿Nadie duerme salvo los que roncan?¿Si yo soy una de las afortunadas que duerme es que formo parte de los roncadores? El segundo tema, las montañas. A veces, una se siente enmedio de una competición por ver quién ha subido a más picos y en peores condiciones. Es curioso que, con lo competitiva que soy para otras cosas, en la montaña me vuelvo anticompetitiva.
En los refugios, los encargados me llaman por mi nombre, anotan a dónde voy, me dicen al lado de quién duermo y eligen con quién como (y siempre me ponen con los «nacionales»). Cenamos a las siete (como muy tarde a las siete y media) y a las seis de la mañana comienza el movimiento. El vino es un lujo y la cerveza más (3€ por lata). El menú no se elige. A las diez, todo el mundo en la cama.
No sé qué hacer mañana. Nadie sabe si lloverá o no. La previsión que da el refugio es totalmente imprecisa y no hay ni cobertura ni wifi para poder comprobarla. ¿Descansar?¿Seguir? Mañana veré.
Hoy ha tocado sufrir, sufrimos contigo.
Los lugares que nos enseñas en las fotos parecen maravillosos. Espero que pese a todas las faenas del día los hayas podido disfrutar. Mucha fuerza.
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Recibida! Gracias!
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Pero Elisa…si tienes que tener ya unas piernas y unas rodillas cañón, en plena
forma…casi casi invencibles!!!
Y, sobre todo, en este viaje después de tanto esfuerzo llega la recompensa (que
como ya sabemos no siempre es así!): levantas la vista de ese suelo puñetero
y te encuentras en el extremo opuesto, como en el cielo, en forma de panoramas
y paisajes de ensueño y gente interesante (bueno, alguno habra que no…jeje).
Retomas fuerzas y de nuevo en la brecha!!!, y…
….(contuinuará)…
Brava!!! Lo esperamos con ganas!
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Si esto fuera (que en parte es) una prueba para mis rodillas y mis pienas, desde luego que la tienen más que pasada. Y por muy duro que pueda ser, si algo tengo claro es que, a pesar de todo,¡me encanta! Ya no son solo los paisajes sino esa increíble energía que trasmite la natura en su aspecto solitario y salvaje. Tú me entiendes! ¡Y claro que sigo en la brecha!
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