Son días de muchos cambios y muy rápidos. La noche en Coustouges fue mejor de lo previsto (cosas del buen dormir que tiene una, sobre todo si el cansancio acompaña) pero por la mañana seguía lloviendo, así que pasé al Plan B: autobús a Maçanet para hoy seguir desde aquí. Ha sido pasar de la “indigencia” de una gite municipal al lujo de La Quadra (un hotel rural con mucho buen hacer y montones de cariño). Y también la ocasión de conversar con el conductor del autobús (del que soy la única pasajera), un señor la mar de amable, cazador, defensor de los toros, y comprador de bulos varios antianimalistas y antiecologistas. Como no es la primera vez que me encuentro algo así en los últimos meses, y como tengo un día entero libre, me ha dado por investigar.

Mi conductor afirma cosas tales como que ya no se pueden limpiar los montes (por eso los incendios); como que ahora tienen más derechos los animales que las personas (pone el ejemplo de la eutanasia ¿?); o como que es tan respetable quien defiende la tauromaquia como quien no lo hace. Y yo veo su amabilidad y le escucho. ¿Qué razones puede tener para creer esas cosas? Antes me informo.

Primero, sí, hay limitaciones en los montes, y ni se pueden cortar especies protegidas, ni quemar rastrojos sin autorización, ni limpiar en determinadas épocas (cuando especies animales sensibles están criando). Es decir, se puede cortar y recoger lo no protegido (siempre que no sea de propiedad ajena y para explotación propia); la autorización para las quemas es un trámite necesario (parece que más de la mitad de los incendios se ocasionan precisamente por quemas incontroladas); y hay muchas épocas del año en las que sí se pueden limpiar los bosques (y eso ya va en la gestión de los propietarios, sean públicos o privados). Segundo, la eutanasia no es igual al sacrificio. No, no se pueden sacrificar animales de compañía (como son los perros), es decir, no puedes matar a tu mascota cuando quieras sino que la decisión la tomas con la veterinaria (ya son más mujeres que hombres las profesionales de este sector) y tiene que ver con que tu animal tenga alguna enfermedad incurable y esté sufriendo. Y tercero, sí, si desaparece la tauromaquia, lo normal es que los toros de lidia se extingan. No sé si es una pena o no, pero tengo claro que convertir la muerte y/o el sufrimiento de un animal en espectáculo dice muy poco de la humanidad de los humanos. ¡Para ser un día de descanso, no está mal!

Y ya hoy, con los deberes hechos, echo a andar hacia La Jonquera. Y los bosques ya no son de hayas, sino de alcornoques, encinas y pinos (¡y en más de uno están en plena tarea de limpieza!). Y el terreno que piso –pistas secas, polvorientas y medio abandonadas– está salpicado de grandes piedras calizas de formas caprichosas y redondeadas. Y solo me encuentro a algún que otro caminante del GR11… pero es como si me rodearan multitudes. El espíritu de miles de republicanos de izquierdas sigue estando en estos collados por los que tuvieron que abandonar su país. Hay placas y monumentos por todas partes, incluso un museo de la memoria en La Jonquera. Pero de todos los monumentos, el que más me sigue emocionando es el de La Vajol, inspirado en la foto con que se abre esta entrada (el enlace es al blog de Francisco Javier Solé Ribas, donde cuenta la historia del mismo y de otros de la zona y se pueden ver fotos).

Ver, sentir estos caminos, y hacerlo sabiendo que el fascismo avanza de nuevo y que lo hace también de la mano de personas amables en las que, sin embargo, el discurso del miedo cala gracias, en parte, a los bulos, me desanima profundamente. Y el desánimo sigue cuando llego a La Jonquera, uno de esos pueblos catalanes en los que parece haber ya más árabes que autóctonos y me doy cuenta de lo difícil que puede ser la integración en estas circunstancias (y, de nuevo, lo fácil que es cargar contra el extraño).

Y aún así, y pese a crecer a la espalda el monstruo comercial que se extiende paralelo a la autopista, La Jonquera es un pueblo en el que la gente es amabilísima y en el que duermo en una pensión de las de antes, regentada por una señora de no menos de ochenta años que apunta mi nombre y DNI con un lápiz mínimo en un “excel” analógico. Contrastes.