¿El día? Hoy, 9 de julio. ¿Los puertos? El de Boet y el de Rat. ¿Los países? España, Francia y Andorra. ¿Se puede pedir más? Sí, que la memoria no nos traicione. Hoy el ánimo va como las montañas. Comienza bien, sube a lo largo del día (con algún que otro altibajo) y cae en picado al final, cuando descubro que lo que en mi memoria era una hora (el recorrido final, desde la estación de sky de Arcalís hasta el refugio de Sorteny) son alrededor de tres.
Pla de Boet, aquí empieza todo.
Son ya dos días de calor y de paliza y, lo reconozco, a poco de entrar en Andorra ya tengo más ganas de irme que de quedarme. Justo en el Coll de Rat, el primer punto donde tengo cobertura del día, Pepephone me informa de las tarifas. Mejor me olvido de llamar y desconecto inmediatamente el roaming si no quiero sorpresas. Me esperan tres días más de desconexión.
Estany de la Soucarrone (ya estoy en Francia)
Ando muy despacio y me paro más de lo que debería (si quisiera que el fin de las etapas no se me juntara con la cena) pero es que hoy he podido por fin ver lo que la última vez no vi. Durante casi todo el trayecto me pregunto cómo pude recorrer estos caminos empapada de niebla y lluvia y sin apenas visibilidad. Descubro, siguiendo el track de aquella vez, que caminé junto a barrancos por sendas extremadamente estrechas, que hice algún que otro “fuera de pistas” y que mi resistencia, entonces, era extraordinaria, porque ni siquiera me recuerdo especialmente cansada.
Al fondo se ve la pista con la que se empieza la subida al Port de Rat. El puerto queda escondido, al fondo, arriba, a la derecha.
Hoy no lo es tanto. He llegado reventada y muy tarde (vale sí, que he hecho una larga parada gastronómico-recreativa en Arcalís pensando que ya estaba todo hecho, pero aún así). Tan tarde que nada más llegar me han sentado a cenar sin tiempo para beber algo, recuperar o ducharme. Tan cansada que la ensaladilla rusa de la cena se ha hecho cemento en mi estómago y lo ha cerrado. Tan enfadada conmigo misma que he sido incapaz de seguir, y mucho menos de disfrutar, de la animada charla de mis compañeros de mesa: dos australianos, dos chinos y un francés. Europa, Asia y Oceanía. La mesa más internacional que jamás haya visto en un refugio. Tres continentes, dos rutas (unos hacemos la Alta Ruta y otros la vuelta a Andorra) y un idioma (el inglés, que en realidad parecen cuatro lenguas diferentes según quien de nosotros lo hable).
El primer lirio que veo este año. A la entrada de Sorteny.
Me acuesto desanimada. Mucho. Con el prejuicio de pensar que Andorra se me va a hacer pesado y de que casi prefiero el recuerdo de la otra vez, cuando la lluvia y la niebla no me dejaron ver nada, que darle una oportunidad cuando el calor aprieta. Y también con malestar físico y psíquico. El físico por el cansancio, pero sobre todo por lo mal que me ha sentado lo poco que he cenado. El psíquico porque son ya dos días sin tener un rato para sentarme a repasar lo hecho, a disfrutar del ponerlo todo en orden (las fotos, los tracks, los mapas) y a dedicarme a esta crónica diaria de la que disfruto, haciéndola, casi tanto como del andar.
Conclusión, mañana descanso. Lo contrario se me antoja un ir como pollo sin cabeza y, la verdad, no compensa.
Ayer por la tarde las montañas que forman la carena de la Pica d’Estats estaban envueltas en nubes y el viento y el frío volvían desagradable el estar fuera, pero esta mañana ha amanecido un día precioso. Aún así me abrigo. No me fío.
Pla de Boavi, cerca de Tavascán
Y todo va bien, salvo algún despiste, claro, que ya he asumido que es normal. Bajo a la Pleta de Llurri y después al maravilloso Pla de Boavi y me recuerdo a mí misma que es aquí donde debería haber dormido si no fuera por mi afición al café matutino. Eso hubiera hecho más llevadero el día de hoy, porque es largo, muy largo, y comenzar bajando siempre tiene trampa: después toca subir, subir mucho, y cuando una ya no está tan fresca y el calor comienza a apretar. Pero eso es lo que toca hoy.
Inicio de la subida hacia el Coll de Sallente
Desde el Pla de Boavi comienza una subida que se me hace interminable (quizá porque me la tomo con calma y voy parando más a menudo de lo que es normal en mí). Aún así calculo que tengo tiempo de sobra hasta llegar al refugio de hoy. Dejo a la izquierda el río Broate y subo siguiendo el cauce del Sallente hasta el coll del mismo nombre. Desde allí, pienso, lo peor está hecho. Estoy ya muy cerca del maravilloso Estany de Baborte y cuando llego, mientras lo bordeo, siento cómo me invita al baño. Hace calor. ¿Sí?¿No? No hay nadie en kilómetros a la redonda aunque un montón de mochilas junto al refugio cercano me recuerdan que la Pica d’Estats, la montaña más alta de Cataluña, está cerca. Hay quien duerme aquí antes de iniciar el ascenso dejando el peso atrás para recuperarlo después.
Y sigo subiendo
Vale, sí, me baño, la tentación es demasiado grande. Y refrescada y renovada llego al coll que comunica con Vall Ferrera y recuerdo lo agónica que fue la bajada hasta el refugio la otra vez que la hice. Me prometo a mí misma que esta vez no será igual. A pesar de que es un camino infame, al principio bajo deprisa y sin problemas, pero claro, las expectativas están ahí para fastidiar. Una vez que pienso que lo peor está hecho, entonces comienza el recorrido interminable por el bosque, y cuando por fin llego al puente de la Molinasa, al lado del cual mi memoria situaba el refugio de esta noche, todavía me queda andar al menos otra media hora. Desesperante. Me paro un par de veces en estos últimos kilómetros. Y aún así llego bien. Muy cansada, pero con los pies enteros y con tiempo de lavar y darme una ducha antes de cenar. He hecho alrededor de 25 kilómetros y el desnivel ya ni lo cuento ¿unos mil y pico de subida y unos cuantos cientos más de bajada? Por ahí. La aplicación gos del móvil es muy poco fiable cuando de desniveles se trata.
El lago de Baborte desde el coll que lleva a Vall Ferrera. La pedrera del fondo, a la izquierda, es por donde he bajado y a la derecha del árbol del centro está la cabaña naranja que es el refugio.
La mente ha estado todo el día en blanco. Meditación en estado puro. No todos los días dan para la reflexión. Solo pienso, al subir, en encontrar un ritmo que me permita no cansarme demasiado; y al bajar, en dónde pongo los pies.
Mis primeros 16 km de travesía de este año han empezado pensando en esos pobres toros que, justo cuando yo me echaba a andar, comenzaban a correr entre miles de personas que deciden hacer su fiesta a costa de ellos. Seguro que alguien le llama a eso libertad. Seguro que alguien dice que son toros afortunados porque viven bien aunque mueran mal.
Viendo a esta vaca mimar a su ternera, ¿quién puede pensar en hacerles daño? ¿Se quitan o no se quitan las ganas de comer carne?
Libertad… la palabra me ha rondado la cabeza durante la primera hora y media de andadura, mientras el camino me lo ha permitido, más o menos hasta poco después de las bordas de Noarre. Libertad…, convertido su significado en divertirse o escaparse, cuando no en prostituirse. Al final un concepto que debería ser hermoso y se convierte en vacío. ¿Es libertad lo que siento ahora?
Las bordas de Noarre y el camino que sale de allí hacia Guerosso.
Desayuno, fuet, ¿más café? Ayer pagué diez euros por una menestra de verduras que era más una sopa sosa con tropezones que otra cosa. Hay fruta en el desayuno. Menos mal. Creo que me he pasado cargando comida. ¿Acabaré dándosela a las vacas? Bueno. Al menos no tendré que comprar nada en unos días. Bosque, río, llano, pueblecito encantador, excursionistas, adelanto a un grupo de adolescentes. Son amables y me saludan al pasar. Más bosque, más cuesta. Tramos muy empinados. En algún momento del día, el camino se lo tragan las piedras, pero luego vuelve, como siempre, a surgir. Atravieso un torrente. Me quedo un rato mirando la cascada. Sigo y llego a un collado. Descanso junto a un refugio nuevo pero no guardado. Bebo. Como algo. El chocolate que he comprado no está bueno. Abajo hay un llano increíble que podría ser el emplazamiento perfecto para algún reino fantástico donde habitaran los elfos: la pleta de Guerosso. ¿Seguro que no hay elfos alrededor? ¿Y duendes? ¿Y osos? Atravieso el llano buscándolos con la mirada. No, no los hay. El camino vuelve a subir. Ahora es más complicado pero está bien señalizado. El viento es frío pero estoy sudando. ¿Me quito el jersey? Sí, mejor.
La cascada que hay ya cerca del collado que da paso a la Plata de Guerosso y la vista de la pleta desde él. ¿Es o no es un reino mágico?
Cada pequeño collado esconde otro detrás y el paso definitivo, el canal de piedra negra-rojiza que es el Coll de Certascán no parece llegar nunca a pesar de que lo anticipo constantemente. Las expectativas. Hace viento, mucho, y frío, bastante. Los mocos salen y vuelan sin que me de tiempo a evitarlo. Me vuelvo a poner el jersey. Las nubes viajan veloces y la película que es su sombra se refleja en los lagos de Guerosso. Me pongo los guantes y una manga más. Empiezo a sentir las piernas cansadas. Quiero parar pero el viento y el frío no me dejan. Me refugio detrás de una piedra. Cinco minutos. Sigo. Sigo cansada y sigo subiendo.
Imágenes del Coll de Certascán
Y al final, como siempre en la montaña, el collado llega. Solo es cuestión de paciencia. Desde allí se ve el lago de Certascán. Solo tengo que bajar, bordearlo y llegar al refugio. Antes de llegar busco un sitio junto al agua en el que descansar. Imposible. Miles de mosquitos salen da cada piedra. El lago es suyo, nadie se puede acercar. Fin de etapa y termino el día sin salir de refugio. Cada vez hace más frío y el viento sopla enfurecido. Un poco antes de cenar recojo la ropa y echo una mirada a la montañas que me esperan mañana.
Desde el refugio miro el camino de mañana. Vale, ya, que no se ve el camino… esa es la gracia 😉
Si la libertad es la soledad y el silencio. Si tiene que ver con enfrentarse a los demonios. Si es saber que cada decisión que se toma implica mucho más de lo que parece. Si es renunciar a vestirse la tercera vez que se sale de la ducha para ver qué narices pasa con el calentador (un modelo vintage sin carcasa que parece haber salido de un desguace). Si la libertad es buscar el equilibrio entre cuidarse y cuidar… entonces, quizá sí, soy libre.
Verano y Pirineos son una misma palabra. Conceptos inseparables. Verano y verdor, verano y perderse andando con una mochila a cuestas que cada año, a fuerza de inversión, se va volviendo un poco más ligera. Este año la mochila es nueva (un kilo menos) y también la tienda (cerca de otro kilo). Y este verano quiero cerrar, por segunda vez, el ciclo de la travesía en solitario. Quiero ver y sentir de nuevo cómo me aproximo andando al mar y acabo bañándome en él.
Como siempre, no hay nada seguro y muchas cosas pueden salir mal, pero, respecto a otros años, algo ha cambiado: esta vez lo que más miedo me da no es ni el dolor ni el frío ni la lluvia. Este año temo al calor. Instalada unos días en Isil, haciendo una especie de «aclimatación» gozosa a la montaña, me extraña la temperatura, la necesidad constante de refugiarse en la sombra y lo innecesario del jersey incluso de noche. ¿De noche en un pueblo de montaña y en manga corta? Ojalá fuera solo ciencia ficción y no realidad de la que asusta.
Perderse por el bosque de Bonavé; visitar el cercano Valle de Arán; asistir a la magia del fuego en las fallas de Alós d’Isil; acercarse a la Gola y los lagos de Ventolau; mirar, desde la terraza, los ciervos que rondan por las bordas de Risé; o vigilar la niebla que cada día asoma por el puerto de Salau son parte de esas cosas que hacen que cada día considere este lugar un poco más como mi casa, o quizá más bien un trocito de mi casa. Porque mi CASA con mayúsculas son los Pirineos, desde Hendaya hasta Cap Creus, pero sobre todo, desde el Petrechema hasta el Carlit.
Y mi casa es el lugar de donde no quiero salir y a donde siempre quiero volver. Mi casa es donde me encuentro y me reconozco, donde se me olvida mirarme al espejo porque no necesito que nada ni nadie me devuelva ninguna imagen, donde lo único a lo que aspiro es a ver el sol salir y ponerse detrás de alguna montaña y a constatar que todavía hay belleza, y hay verde, y hay ríos, y las flores siguen naciendo de entre las piedras.
El jueves es el día elegido para empezar a andar. El lugar: Tavascán. La primera etapa: de Tavascán al refugio de Certascán. Inmersión directa en la alta montaña. ¿Nervios? Los de siempre, muchos. ¿Incertidumbres? Todas. ¿Ilusión? Inmensa.
Ya, ya sé que no me puedes leer (o quizá sí), porque hace más de treinta años que el cáncer te llevó a la tumba, pero el pasado 17 de julio hubieras cumplido los cien años y estos días he pensado en ti. Es extraño hablarte así, en segunda persona, como iguales, cuando apenas recuerdo haber hablado contigo en vida.
Recuerdo, eso sí, alguno de tus sermones, especialmente el que nos diste una mañana. Tú, que estabas en la cama, convocaste a tus hijos alrededor de ella para explicarnos no ya la importancia de la virginidad femenina (de eso ya se había encargado mamá) sino cómo nosotras, tus hijas, no deberíamos compartir con ninguna amiga cualesquiera desliz que pudiéramos tener, incluso si este era solo de pensamiento. Porque una amiga siempre es una potencial competidora en la batalla más importante que una mujer tiene que librar en la vida: la búsqueda de novio/marido.
Eran otros tiempos y me pregunto cómo habrías encajado las vidas, tan poco normativas, tan alejadas de tus ideales, que hemos tenido casi todos tus hijos. Todos menos, curiosamente, la causante del “sermón”. ¿Te habrías adaptado? ¿Lo habrías entendido? Me gustaría pensar que sí. Es cierto que, seguramente, te habríamos ocultado muchas cosas, pero también me pregunto si me hubiera sentido igual de libre con tu presencia viva como me lo he sentido con ella muerta. Sé que suena duro, pero es así. Alguien que, como tú, contaba, no sé si pensando que era lógico o utilizándolo como hecho aleccionador (pero en cualquier caso como algo normal), el que un grupo de amigos había violado a la novia de uno de ellos ya que, puesto que esta se acostaba con él, bien podía acostarse con todos, no parece que fuera alguien preparado para tener hijas independientes y feministas. Por cierto, entre aquel grupo de amigos estaba, según tu relato, Coll, José Luis Coll. En tiempos del MeToo nunca está de más poner nombre propio a la cultura de la violación.
Y sin embargo eras un hombre sensible al que le gustaba leer, escribir y pintar. Y un hombre que decía valorar, por encima del resto de virtudes, la personalidad (aunque luego, con las mujeres, tus gustos se decantaran por la altura, la belleza o la simpatía). Lo cierto es que me hubiera gustado conocerte más. Incluso me hubiera gustado ayudarte a ser feliz, porque creo que no lo fuiste. Me hubiera gustado enseñarte lo valiosas que éramos y somos tus tres hijas y lo valioso que fue tu hijo, y me hubiera gustado ayudarte a que nos vieras, a que nos aceptaras y nos quisieras tal cual éramos, tal cual somos.
Viviste en primera persona la Guerra Civil, el asesinato de tu padre, la tuberculosis, esa operación que te dejó sin un trozo de pulmón y sin alguna costilla pero que te dio la vida, la posguerra… y no sé si por tu carácter o por todas esas experiencias vividas demasiado joven, nunca te conocí alegre, al menos no en casa, no con tus hijas y tu hijo. Y desde luego no en tus últimos años, cuando ya éramos adolescentes y de lo que tenías ganas es de que nos independizáramos.
Escribo y veo que mi recuerdo de ti es amargo. Mario, tu hijo, siempre hablaba de ti como “el pobre Marcelino” ¿Pobre? ¿Por qué te percibía así? ¿Por tu supuesto (solo supuesto) sometimiento a mamá? ¿Por tu seriedad? ¿Por tu alejamiento de nosotros? ¿Por la rabia que te encendía cada vez que algo perturbaba tu rutina?
Es un recuerdo amargo y ya va siendo hora de hacer algo con él. Cien años son muchos años. No supiste, no pudiste. Fuiste, tú también, una víctima de esa cultura inmensamente machista que te daba un lugar para el que tú tampoco estabas preparado. Te hubiera gustado ser reconocido (más de lo que lo fuiste) pero quizá te faltó algo de esa personalidad que tanto admirabas. Te hubiera gustado que tu familia fuera, por sí misma, la fuente de la felicidad y no supiste ver que la fuente de la felicidad siempre está en uno mismo. Y te hubiera gustado ser libre y vivir de tu pintura, pero no tuviste el valor.
Y en ese ser libre, en el fondo, nos encontramos tú y yo. A mi manera, puede que esté realizando tu sueño. No, tú no eras ni deportista ni atlético, y fue mamá la que nos llevaba, quisiéramos o no, al campo, a andar, a jugar al aire libre. Pero el ansia de libertad la tenías y sé que te habrías admirado de esta forma mía de vivirla. Sí, posiblemente te hubiera costado entender lo que hago y cómo vivo puesto que soy mujer, pero si hubieras podido pasar por encima de ese pequeño detalle, estoy segura de que, entonces sí, te sentirías orgulloso.
Hoy he cumplido catorce días de andadura, de Torla a Áreu, unos 250 kilómetros recorriendo lo más duro y también lo más hermoso del Pirineo. Y curiosamente esta última etapa, en la que me he decidido por el GR11 y no por la Alta Ruta, es la que más dura me ha resultado. El calor, el salir tarde, la falta de estímulos visuales a la altura de los que he tenido estos días… Sí, he comido cerezas directamente de los árboles en Boldís Sobirà. Sí, he visto dos yeguas con sus potros justo antes del tramo final de subida al Coll de Tudela. Sí, he charlado amigablemente con una pareja que hacía la ruta inversa. Sí, he tenido una vista preciosa del Monteixo, de la Pica d’Estats y de la Pica Roja desde el collado. Y sí, he llegado a Àreu con los pies destrozados. Supongo que la paliza de ayer me ha pasado factura pero puesto que ya había decidido concluir aquí por este año, no tiene mayor importancia.
Así que, papá, esta vez va por ti. Y escribiéndote me doy cuenta de que también soy heredera tuya, de que a mí también me gusta escribir y estar sola y que me dejen en paz haciendo mis cosas. Y aunque no pinto, adoro el diseño gráfico y la fotografía. Y no, no tengo una familia porque nunca he tenido claro eso de ser madre y además es que, siendo mujer, me acabo convirtiendo, sin saber cómo, en cuidadora de cada pareja que tengo. Y no es lo que quiero, no al menos a tiempo completo. Tú en tu tiempo y yo en el mío.
Quiero creer que mi libertad puede, aun a título póstumo, liberarte de la represión y los prejuicios con los que te tocó vivir. Y también ayudarte a entender que sí, que la libertad es importante, pero que no lo es todo, que lo importante es el equilibrio y, sobre todo, valorar lo que se tiene. Quizá por eso valoro tanto el irme como el regresar. El cuidar como el ser cuidada. El estar sola y el estar acompañada. El perderme en la montaña y el quedarme en casa, copa de vino en mano, leyendo, escribiendo o tocando el piano.
De cuando allá por 2009 hice por primera vez este mismo recorrido, recuerdo lo difícil de la subida al Coll de la Cornella y poco más. Es lo que tiene ir en grupo, que se pierde parte de la experiencia estética porque la atención la acaban acaparando otras cosas, como el adaptarse al ritmo, a menudo exigente, del grupo, o la conversación. La segunda vez, ya sola, me equivoqué de collado, subí al de Arnabate, y aunque eso no debería haber sido un gran problema, mi inexperiencia hizo que sí lo fuera y que, a pesar de darme cuenta de la belleza del resto del recorrido, la prisa por recuperar el tiempo perdido no me dejara disfrutarlo como merecía.
Fin de la subida al Coll de la Cornella
Vista atrás desde el collado
Hoy, tercera vez, era mi desquite. Y sí, he subido a la Cornella, siguiendo las indicaciones de dos mujeres estupendas que me he encontrado en el camino y de las que me fío totalmente porque viven por aquí: una en Alos y otra en Ferrera. Y sí, he recordado lo duro de esa subida y lo esquivo del collado, que no llega nunca. Y sí, y a pesar de que la niebla –la gabacha, como la llaman por aquí– ha hecho acto de presencia, he podido volver a contemplar la espectacular sucesión de lagos que son los lagos de la Gallina con su hermosísima piedra veteada por la que se va deslizando el agua en su camino a los hasta siete lagos inferiores. Y también he disfrutado de las muchas ranas que saltan a mi paso, y del laberinto que es el sendero con sus muchos saltos, desniveles, desescaladas, pasillos y escalones.
Estany de Calberante
Solo veinte minutos después, desde el Collado de Calberante, la niebla sube hacia el Estany Major
La sucesión de lagos empieza poco después del Coll de Calberante (2600m) y acaba en el refugio que hay en la base del Montroig (2287m), una especie de nave espacial metálica en cuyo interior hay unas cuantas literas y una radio para avisar de posibles emergencias. He bajado despacio, muy despacio, porque la retina no se conformaba con lo que veía y quería fotografiarlo todo, y porque es un sendero complicado. Complicado de encontrar, de seguir y de andar, porque discurre casi totalmente por piedra, aprovechando sus pendientes, sus recovecos y sus irregularidades. Porque esta piedra no son bloques de granito que quedan tal como caen, como ocurría en días anteriores, sino que es una piedra pulida que adopta la forma de toboganes, colinas y escaleras. Una piedra que podría ser madera. Una piedra hermosísima en sus colores y en sus formas.
Después del Estany Major, los tres siguientes
Pero el día, en su mayoría apacible, termina extraño. Dede el primero de los lagos comienzo a oír ruido. Es como si, al otro lado, hubiera un grupo de gente ¿cantando?¿gritando? Miro, pero no veo nada, y sigo el descenso. Cuando llego al refugio me entero de que sí que eran gritos. De lejos, un chico me hace señas y me pregunta si tengo móvil, que es una emergencia. Me apresuro, llego, constato que no hay cobertura, intento hacer una llamada de emergencia… Nada. Pero ya han avisado por radio y llega un helicóptero. El chico, los chicos (son dos), están muy alterados.
La roca, rosa, veteada cual madera y de formas suaves
Al parecer iban con un grupo de unos treinta chavales y una roca se ha movido y ha caído sobre una chica rompiéndole las piernas. Han bajado a toda prisa, dejándose móviles y cualquier otra cosa, pero temen por su vida. Uno de ellos monta en el helicóptero, el otro se queda y me da un número de móvil, el de la madre del primer chico, para que, si encuentro cobertura en el camino, pueda avisarla y decirle que llame a los monitores del campamento ya que el resto del grupo tampoco puede bajar. Están a unos 2500m de altura y aunque tienen comida y ropa de abrigo no es cuestión de que pasen la noche allí. Esta vez no hay imágenes del helicóptero. La situación es dramática y ni se me ocurre sacar el móvil para tomarlas.
Sigo bajando, ¿dónde está el camino?
A partir de ese momento ya no pienso en descansar sino en seguir lo más rápidamente posible. Sé que tengo mucho rato de camino para conseguir la deseada cobertura y sé que, posiblemente, para cuando la tenga, Pablo, el chico que se montó en el helicóptero, ya habrá podido contactar con todo el mundo. Pero me he comprometido, así que adiós al descanso hasta que, dos horas después, puedo por fin llamar a Laura, la madre de Pablo. Como me imaginaba ya está todo en marcha y la chica, que ya está en el hospital, en Lleida, se salvará. Un alivio. Y como el estrés parece que ha alejado el cansancio, opto por seguir hasta el refugio más cercano, a unos seis kilómetros.
El último de los lagos, el único que se llama de la Gallina. Al otro lado se ve el refugio de Montroig.
Al final he hecho cerca de 27 kilómetros y más de 1700m de desnivel. Una barbaridad. De nuevo casi sin parar. El cuerpo, los pies, empiezan a resentirse. Creo que empieza a ser el momento de parar.
Hace años, una amiga, un poco fantasiosa ella, me sorprendía a menudo con los relatos de sus encuentros sexuales: todos ellos eran espectaculares pero, además, cada amante eclipsaba, con creces, al anterior. Nunca se lo dije pero lo cierto es que sus historias me hacían sonreír porque ese tipo de relato, fuera del tema que fuera, me parecía totalmente irreal y exagerado… hasta ahora.
Lagos de Bacivèr, con la Maladeta al fondo
¿Cuántas veces he hablado de paisajes espectaculares, mágicos, excepcionales, increíbles, paradisíacos, maravillosos…? Haya dicho lo que haya dicho hasta ahora, el mejor de los días de montaña que jamás he tenido ha sido, sin duda, hoy. Y eso a pesar de haber sido una jornada larguísima, maratoniana, de más de veinticinco kilómetros, de haber subido unos 1700m y haber bajado otros tantos, de haber andado unas doce horas, cinco de ellas sin camino marcado y cuatro de estas últimas por pedreras (o tarteras o morrenas, como queramos llamarlas), imposibles.
Pero el día ha sido increíble. La temperatura magnífica. La soledad casi total. La perspectiva infinita. La Maladeta guardándome las espaldas durante más de la mitad del camino, mientras ascendía, suavemente, viendo la sucesión de prados, ríos y lagos. El crestear a más de 2600m de altura tocando un cielo de un azul tan intenso como el de los lagos en los que se reflejaba. Porque una vez en la cima, en la primera cima, mire a donde mire, solo veo azul, verde y lagos: al suroeste, los de Bacivèr, de donde vengo; al noroeste, los del Clòt der Os; al noreste, los de Marimanha; al sureste los del Rosari y el de Airoto; y muy cerca de la cima más alta, la del Rosari de Bacivèr, el pequeño Estany Gelat. ¿Qué importa si para llegar ahí he tenido que subir por un no-camino casi vertical a través de una pedrera cuyos pocos y esporádicos hitos ayudan más bien poco?
Vista atrás hacia el Coll de Airoto
El día ha comenzado yendo de Salardú a Baguerge, un pueblo diminuto y precioso, con vistas al Aneto y cuyas calles son una auténtica galería de arte floral. Desde allí he felicitado a Ana, una de esas amigas especiales que cumple años en un día especial. Porque hoy es el día del Carmen, patrona de los marineros. Un día que se celebra en muchos pueblos de España con fiestas preciosas que tienen como protagonista el mar. Y es también el día en que cumple años mi querida y casi centenaria tía Carmen. Para mí, desde siempre, un día alegre.
Baguerge
Y hablando de amigas, ayer, cuando todavía no tenía muy claro qué recorrido haría hoy, hablaba con Esther del cómo, conforme recorremos caminos distintos, vamos creando nuestros mapas. Es como si nos derramásemos, nos expandiésemos por el territorio entrando en contacto con él, haciéndolo nuestro y ampliando con ello nuestra experiencia. Casi un piel con piel; o mejor, un piel con tierra, con aire, con olores, con imágenes… Hay una sentencia típica de coaching que dice que el mapa no es el territorio pero lo cierto es que dibujar poco a poco nuestro mapa partiendo del territorio y haciendo que, cada vez más, el uno se parezca al otro, es un placer. ¡Gracias Esther! Definitivamente la ruta es la no recorrida, la que me haga aumentar la precisión de mi mapa.
El Coll de.Caldes es uno de esos lugares mágicos del Alto Arán. Está a medio camino entre dos refugios, el de la Restanca y el de Colomers y muy cerquita del Montardo, el 3000 que da sombra a Artíes. Hoy (en realidad ayer, porque escribo esto con un día de retraso) ha llegado a él un poco entre disfrutar del paisaje (esa subida desde la Restanca viendo el Estanh deth Cap deth Port cada vez un poco más abajo, un poco más lejos) y un poco pensando en que los refugios, y sobre todo los desayunos en los refugios, son un retroceso a la infancia: platos y vasos de duralex, café o Cola Cao y galletas María.
Estanh deth Cap deth Por, al principio y al final de la subida.
Y en esas, llego a Caldes, el punto más alto de hoy. Me fastidia un poco encontrar dos señores instalados en él en animada conversación (la que podrían tener en cualquier bar), cuyas mochilas estropean la vista y están junto a lo que parece una especie de lona blanca. En fin, me alejo de ellos, renuncio al vídeo panorámico sin que salgan sus mochilas o la lona y me siento a disfrutar de la vista y a comer algo. y en esas estoy cuando oigo, por detrás, el ruido de un helicóptero, me vuelvo a mirar y…
… y a partir de ahí me veo metida en una película de James Bond. El helicóptero, del que cuelga una cuerda con un gancho, viene directo hacia mí, tanto que llego a pensar que se me viene encima, aterriza a unos ¿cinco, diez metros? (en cualquier caso bastante menos de los quince metros que se supone hay que guardar, como mínimo, de distancia) aunque bueno, más que aterrizar se queda suspendido casi sin tocar tierra. Instintivamente me agacho y desciendo un poco, me cuesta sacar la cámara (el móvil) porque el aire que produce es bestial. Bajo un poco más, me alejo de la mochila, veo que la bolsa con el ipad y mis gafas sale volando ¡horror! ¡agraciadamente viene justo a mis brazos! Los señores cogen sus mochilas, se montan en el bicho y alguien baja de él para sujetar al gancho lo que, ahora lo veo, era una especia de bolsa, no una lona. ¿Qué contiene? Ni idea. Igual que ha venido se aleja. Se acabó.
Esta maravilla es la vista desde el Port de Caldes.
Y digo yo, que sí, que muy chula la experiencia (entre otras cosas porque no salió volando nada más y porque el ipad y las gafas sobrevivieron sin problemas), pero ¿y ese par de descerebrados habita collados no me pudieron avisar de lo que, literalmente, se me venía encima, para que no me pusiera donde me puse? Lo mismo pensaron que un poquito de adrenalina no me vendría mal. Señores, si me leéis, la próxima vez dejad que decida yo solita si quiero tener ese tipo de experiencia justo en uno de los lugares más apacibles y bellos que una pueda soñar.
Después de eso, todo bien. Colomers y bajada a Salardú. Mucho asfalto al final pero un hotel estupendo donde ceno, duermo y desayuno como una auténtica reina. Hotel Lacreu, apuntado.
… entonces soy sapientísima. ¿Quién dijo que me iba a saltar el Valle de Arán? ¿Yo? Bueno, pues cambié de opinión. Total, intentar organizarme para que casen los refugios libres cuando los necesito es casi imposible luego… carpe diem. Sigo con la idea original (o casi), organizo tres días y los demás, si los hay, ya se irán viendo.
Iniciando la subida. Al fondo, el embalse de Llauset.
Desde Conangles hay dos recorridos a la Restanca, uno, el GR11, más corto que el otro, el de la ARP (o HRP). El primero, tras la subida de tres horas al Port de Rius, bordea el Lac de Rius y sigue hasta una ascensión final que desemboca en el refugio. El segundo, pasado este primer estanh (lago, para los no aranésparlantes), gira a la derecha, bordea en un sube-baja continuo la exuberancia de agua y piedra que es el Lac de Tòrt de Rius (más que un lago son montones de ellos intercomunicados), después sube a la Collada del Lac de Mar y baja para bordear un nuevo lago gigante, el susodicho Lac de Mar. Otro sube-baja-derecha-izquierda-roca-más roca-torrente-y un poco de hierba para disimular.
Después de bordear todo el Lac de Rius, momento Diosa: ¿recto o giro? Giro.
La idea era hacer el recorrido largo pero… Bien está que ni haga calor ni salga el sol cuando una sube (eso que me ahorro en sudor, aunque no en moco) pero llegar arriba y tener que ponerse el plumas encima del polar, calzarse los guantes para ver si las puntas de los dedos, que se han quedado sin sensibilidad, reaccionan, y aún así seguir con frío… no mola. Cambio de opinión, recorrido corto. Bordeo el lago suspirando por el comienzo de la bajada y justo en el cruce (bajada o recorrido largo) paro un momento y Diosa viene a verme. De repente cambia la temperatura e incluso parece que el sol asoma un poco y levanta la niebla. ¿Seguro Diosa? ¿Eso es lo que quieres? Parece que sí, así que donde dije corto digo largo y donde dije recto digo derecha. Y ese nuevo cambio de opinión me debe convertir en súper sabia… sobre todo porque ¡he acertado!
Estanh dera Colhada.
Calculo que han sido unas tres horas más que si hubiera elegido la opción corta pero han sido tres horas de disfrutar de andar, constantemente, junto a uno y a otro y a otro lago más. Y también tres horas de ginkana constante siguiendo caminos mínimos señalizados con esos montoncitos de piedra que a veces se ven, a veces se intuyen y a veces… no hay manera. Esa es también la diferencia entre moverse por un GR (muy bien señalizado) o salirse de él (depende) ¿Frío? Ninguno. No ha llegado a hacer sol pero sí he visto su pelea por asomar y sus mínimos momentos de victoria.
Lac de Mar desde la collada.
A eso de las cinco, abandono el último lago y veo el refugio desde arriba. Parece desierto. A las seis ducha. A las siete cena. ¿La nueva política de los refugios catalanes? No solo para reservar cobran 15€ no reembolsables sino que no aceptan mi tarjeta de federada (solo aceptan las catalanas y no todas). Y no vamos a hablar de los 3€ de la ducha (¡la más cara de la que he encontrado hasta aquí!).
Lago de montaña+aprovechamiento hidroeléctrico=playa de montaña.
En fin, como en casi todos los refugios, la gente que lo lleva es encantadora y, para variar, mi compañero de cena también lo es: francés, tímido pero amable, hace la ARP sin tienda (se la rompió un vendaval en Gavarnie) y lleva dos días casi sin comer (ha tenido una intoxicación alimentaria). ¿Qué nos mantiene aquí a pesar de los problemas?
Lo bueno de ir sin expectativas ni obligaciones es que el espacio para la improvisación se ensancha. Lo malo es que el ensanche puede ser tan grande que nos deje varados en la indecisión, o sea, y en mi caso, en Viella.
Llevo cuatro días sin andar. Bueno, miento, hoy he dado un paseo por Gausac y Casau, dos mini pueblos pegados a Viella. ¿A eso se le puede llamar andar? Técnicamente sí pero… no deja de ser un paseo para entretener una mañana de niebla, agua y frío y recrearme en la satisfacción de no estar metida enmedio de esa misma niebla pero a muchos más metros de altura y a mucha más distancia de cualquier lugar donde parar, calentarse y repostar.
Viella: Calle Major
¿Seguir un plan o dejar que este se haga por el camino? Vuelvo al principio. Si lo primero pone un plus de dureza y de inconsciencia en todo lo que se hace (al menos en mi caso ya que el prurito por conseguir lo que me propongo tiende a eclipsar la visión periférica de los problemas que van surgiendo y acabo atajándolos “en línea recta” y cueste lo que cueste); lo segundo me lleva a menudo al sinsentido, a preguntarme qué hago y qué me ha traído hasta aquí (que sí, que todo es muy bonito, pero para llegar a esos momentos de síndrome de Sthendal versión naturaleza, es mucho lo que hay que andar). En definitiva, que llevo días sin saber si seguir o parar y, sea lo que sea lo que decida, sin saber qué paso será el siguiente.
La cosa empezó en Conangles, en la boca sur del túnel de Viella, cuando decidí que sin solucionar el tema del dolor de pies que me daban las botas nuevas no me compensaba seguir. Y eso que a pesar de sentir que la bajada desde Cap de Llauset había sido lenta, torpe y dolorosa, los jóvenes que venían, primero delante y luego detrás de mí (de edad los hijos que no he tenido), llegaron en bastantes peores condiciones que yo. La comparación no consuela (aunque el ego suba un poquito) y decido pasar al día siguiente por Viella y volver a empezar con la búsqueda de calzado aunque mi bolsillo ya esté temblando solo de pensarlo.
Detalle de la iglesia de San Martín de Gausac
Y el día en Viella se convierte primero en dos días en Isil ya que Ramon está por aquí y viene a buscarme. Descanso, tranquilidad, buena compañía… un regalo inesperado. Y ayer vuelta aquí y más improvisación. A las ocho de la mañana me dispongo a empezar ruta a la Restanca, el primero de los refugios que me esperan en el Valle de Arán. Dan tormentas por la tarde así que llamo para asegurarme de que me reserven una de las plazas que había visto que quedaban pero… ¡ya no están! ¡Desaparecidas! ¡Volatilizadas! En cinco minutos decido que no, que no tengo ganas de andar preocupada por cuándo va a empezar a tronar y dónde voy a dormir así que me quedo donde estoy un día… que se convierte en dos ya que hoy de nuevo la previsión era de lluvia. Y sí, ayer llovió y hoy también. La niebla no se ha levantado desde que llegué y estoy amortizando el plumas porque ¡hace frío!
Con Ramon, subiendo a Beret, en el mirador, de espaldas a la Maladeta
Y ahora viene mi crisis del sinsentido. Ayer la inercia me llevó a intentar programar, es decir, a reservar noche en todos aquellos lugares por donde pretendo pasar. Y aquí empieza el problema. El sistema de reserva de refugios de Cataluña me obliga a pagar 15€ no reembolsables por noche; es casi imposible encontrar noches consecutivas en refugios “consecutivos” (este año, con las restricciones, los refugios aceptan mucha menos gente); puedo hacerlo sin pasar por refugios pero eso implica cargar mucha más comida (y comer, cenar y desayunar siempre lo mismo y siempre frío); hasta en los campings hay que reservar; algunos lugares son especialmente problemáticos los fines de semana (más complicación); y además no me quiero comprometer más allá de dos días por delante. ¡Qué bonito es improvisar!
Si no se anda, siempre se puede disfrutar del comer bien: en Woolloomooloo.
Prometo que se me pasó por la cabeza coger un autobús a Jaca para recuperar mi coche y dejarme de andanzas por este año, pero al final creo que seguiré. Eso sí, me “salto” el Valle de Arán y su proliferación de lagos paradisíacos (y de gente rondándolos) y me voy directa al siguiente valle, Alt Áneu, el valle de Isil y de la Noguera Pallaresa. Vienen días de buen tiempo y aunque decida dormir en tienda (o tenga que hacerlo por lo que sea) me aseguro el pasar por un refugio y/o un pueblo al menos cada dos días. Parece razonable. Y como veo camino por delante, me vuelvo a animar. Se acabó la improvisación. Mañana más.