¿Es invierno? No, no puede ser. ¿Heladas en el norte? Mentira ¿Nieve en algún lugar del mundo? Imposible. Esto es Cabo de Gata, el extremo sureste de la Península, y estos días de finales de diciembre, en los que por obra y gracia de la pandemia mi estar sola transciende el andar y se extiende al pasar las fiestas en solitario, hace un sol cegador, un mar infinito y una temperatura primaveral. El tiempo perfecto para entretenerse recorriendo los múltiples pliegues de este desierto que abraza el mar.

Sí, ya sé que estar sol@ tiene muy mala prensa ¡y más en estas fechas!. Ya sé el miedo, el rechazo y la compasión que despierta. Ya sé que lo normal es pensar “pobre” y, bienintencionadamente, ofrecer compañía. Pero aunque esta en concreto no es una de esas ocasiones de soledad elegida, sino en gran parte sobrevenida, lo cierto es que una vez aceptada, y una vez roto el tabú que supone proclamar al viento que entre las muchas compañías posibles la propia no es, ni mucho menos, la menos apetecible, se abre ante mí la posibilidad de elegir (y disfrutar) unas auténticas vacaciones de cuerpo y de espíritu.

Vacaciones que se convierten en una improvisación constante. Que empiezan siendo tres días, que pasan a ser cinco y que ya van por ocho. Días de dejarme llevar por caminos que no sé muy bien a dónde conducen y que me hacen terminar, casi siempre, buscando campo a través el punto de partida. Días que empiezan por caminatas entre los restos mineros de Rodalquilar, o por la visita al Playazo o a la cala del Carnaje, o mejor aún, por la subida furiosa –no sea que el sol se me adelante– a una torre, la de los Lobos, cuya vista nunca defrauda y desde la que en estos días solo escucho dos respiraciones, la mía y la del mar.

Y un día, la asignatura pendiente: subir al Cerro del Fraile. Algo menos de quinientos metros de altura justo al lado del mar. ¿Parece fácil, no? Pues no lo es, sobre todo porque el ascenso es, prácticamente todo el tiempo, campo a través. Campo a través con mucha pendiente, por un terreno de arena y piedras a menudo inestable, sorteando palmitos, espartales y arbustos varios, y utilizando manos y pies para trepar hasta la cumbre. Entretenido pero no exento de peligro y a veces un poco desesperante porque, a pesar de seguir uno de los tracks posibles encontrados en wikiloc, el por dónde pasar no siempre es obvio.

Desde arriba, como era de esperar, la vista es fantástica. Al sur se ve San José, la playa y el morro de los Genoveses y se intuye el faro de Cabo de Gata. Hacia el norte, los Escullos, la Isleta del Moro, las Negras, Aguamarga, la Mesa de Roldán… Al oeste, hacia abajo, un mar de invernaderos, y hacia arriba, la blancura de Sierra Nevada. Al este, el mar infinito. Hace algo de viento pero el día es espectacular. Ni una nube. El mundo es del color del paraíso: azul.

Te envidio, Elisa! El Cabo de Gata es mágico, uno de esos lugares tan especiales en los que estar solo no es más que fundirse con la naturaleza brutalmente bella.
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Pauli!! Un fortísimo abrazo!! Sí que es especial este sitio, sí. ¡Feliz Año!
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Elisa!!!!….campeona, siempre!
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Un beso y una abrazo Elisa. Creo que la belleza está donde tu quieras encontrarla pero en el Cabo de Gata es fácil. Te deseo un feliz año.
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¡Muy feliz año Salva! Sí que es buen sitio sí 🙂
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El cabo de Gata es una buena elección en estas fechas. Aunque a mí lo que más me ha gustado es eso de montarse estas fiestas en solitario, un plan immejorable, un placer de los más auténticos que muchos mortales (entre los que me incluyo) no nos podemos permitir esos días.Me alegra que lo disfrutes. ¡Un abrazo, Elisa!
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¡Un fuerte abrazo Carmen! La verdad es que lo de las fiestas sola es, para mí, en gran parte liberador 🙂
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Elisa buena elección para pasar las navidades in tener problemas de contaminación un saludo
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Así es, Joan. ¡Feliz año y un abrazo!
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