Por si alguien todavía no lo sabe, Gavarnie y el Carlit son mis dos sitios mágicos de los Pirineos y ambos tienen la virtud de dejarme sin palabras. Y puesto que siempre digo a mis alumnos que lo que no pueden explicar es porque no lo saben, he de reconocer que, en este caso, soy absolutamente ignorante: no sé explicar el porqué de su efecto. Pero sí sé que ambos me conectan con lo mejor de mi ser y que ambos me generan felicidad en estado puro. No es que no haya sitios igual o más hermosos, pero estos son, sin duda, «los míos».
Y hoy el Carlit no solo no me ha decepcionado sino que me ha permitido disfrutarlo y contemplarlo en toda su grandeza. Temía la subida. Porque los últimos 500m de desnivel son lo más duro que yo he subido hasta la fecha: un camino de piedra diminuta y suelta, una pendiente ¿de 60º?, y un avanzar que a menudo es retroceder (ese tipo de suelo tiene la mala costumbre de «derrumbarse» bajo nuestro peso). Así lo recordaba y así es. Aunque esta vez iba preparada, lo he tomado con calma, y la poca concurrencia de gente en un día meteorológicamente incierto lo ha hecho todo mucho más fácil (es desesperante, en una subida tan estrecha y difícil, cruzarse contínuamente con gente o tener que ceder el paso a quienes avanzan más rápido).
Pero además he disfrutado de la aproximación: del avanzar, siguiendo un arroyo por prados floridos, con la imponente silueta del gigante siempre al fondo. Y he disfrutado de la bajada: «destrepando» por esa roca rojiza y laminada de aristas afiladas sin que, de nuevo, la concurrencia habitual de gente a esta cima especial lo haga todo más peligroso y complicado. Y he disfrutado porque mis pies me han dado un respiro y, desde el momento en que los he metido en las botas han dejado de quejarse (¿me estará pasando como a las antiguas chinas cuyos pies, una vez deformados por vendajes cada vez más apretados ya no soportaban la libertad?). Y he disfrutado de ese larguísimo camino que conduce, por bosques, lagos y prados hasta Les Boulloses. ¡E incluso he disfrutado (en parte) de la lluvia y del granizo que han aparecido al final del recorrido!
Mañana el día vuelve a estropearse por la tarde y, puesto que la siguiente etapa es de esas larguísimas aptas solo para superdotados, la dividiré en dos: la primera parte hasta Eyne (todavía Francia) y la segunda, hasta Nuria.
Ya lo decías, Elisa, cuando escribiste el reto: «…que la magia de la montaña atraviese mi piel y se filtre por todos mis órganos e inunde todas mis fibras. Y me llene el corazón y lo ensanche y lo engrandezca. Y me haga total y plenamente consciente de mi misma, de mis poderes y limitaciones, de mis miserias y mis grandezas». Creo que los sentimientos se pueden describir pero las explicaciones siempre se contaminan con la razón. Emoción y razón, un equilibrio muy difícil… y ya sabes que el equilibrio no es mi fuerte, así que estaré equivocado.
Me alegra leerte y saberte tan feliz.
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Sin palabras…
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Eres de las mías: me encanta el Carlit. Aunque subir a la cima cargada con una mochila de muchos quilos no es moco de pavo. Felicidades: prueba superada!
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Si te digo la verdad ¡era la etapa que más temía de toda la transpi! Un alivio el haberla pasado y a gusto!
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Ahí no hay camino de subida, Eli, por detrás hay un montacargas, confiesa!
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Cuando quieras organizamos una como la del Torrecilla y lo ves (y lo pruebas) 😉
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