Entre Certascán y Vallferrera: Bajar, subir, meditar, bañarse… y poco más.

Ayer por la tarde las montañas que forman la carena de la Pica d’Estats estaban envueltas en nubes y el viento y el frío volvían desagradable el estar fuera, pero esta mañana ha amanecido un día precioso. Aún así me abrigo. No me fío.

Pla de Boavi, cerca de Tavascán

Y todo va bien, salvo algún despiste, claro, que ya he asumido que es normal. Bajo a la Pleta de Llurri y después al maravilloso Pla de Boavi y me recuerdo a mí misma que es aquí donde debería haber dormido si no fuera por mi afición al café matutino. Eso hubiera hecho más llevadero el día de hoy, porque es largo, muy largo, y comenzar bajando siempre tiene trampa: después toca subir, subir mucho, y cuando una ya no está tan fresca y el calor comienza a apretar. Pero eso es lo que toca hoy. 

Inicio de la subida hacia el Coll de Sallente

Desde el Pla de Boavi comienza una subida que se me hace interminable (quizá porque me la tomo con calma y voy parando más a menudo de lo que es normal en mí). Aún así calculo que tengo tiempo de sobra hasta llegar al refugio de hoy. Dejo a la izquierda el río Broate y subo siguiendo el cauce del Sallente hasta el coll del mismo nombre. Desde allí, pienso, lo peor está hecho. Estoy ya muy cerca del maravilloso Estany de Baborte y cuando llego, mientras lo bordeo, siento cómo me invita al baño. Hace calor. ¿Sí?¿No? No hay nadie en kilómetros a la redonda aunque un montón de mochilas junto al refugio cercano me recuerdan que la Pica d’Estats, la montaña más alta de Cataluña, está cerca. Hay quien duerme aquí antes de iniciar el ascenso dejando el peso atrás para recuperarlo después. 

Y sigo subiendo

Vale, sí, me baño, la tentación es demasiado grande. Y refrescada y renovada llego al coll que comunica con Vall Ferrera y recuerdo lo agónica que fue la bajada hasta el refugio la otra vez que la hice. Me prometo a mí misma que esta vez no será igual. A pesar de que es un camino infame, al principio bajo deprisa y sin problemas, pero claro, las expectativas están ahí para fastidiar. Una vez que pienso que lo peor está hecho, entonces comienza el recorrido interminable por el bosque, y cuando por fin llego al puente de la Molinasa, al lado del cual mi memoria situaba el refugio de esta noche, todavía me queda andar al menos otra media hora. Desesperante. Me paro un par de veces en estos últimos kilómetros. Y aún así llego bien. Muy cansada, pero con los pies enteros y con tiempo de lavar y darme una ducha antes de cenar. He hecho alrededor de 25 kilómetros y el desnivel ya ni lo cuento ¿unos mil y pico de subida y unos cuantos cientos más de bajada? Por ahí. La aplicación gos del móvil es muy poco fiable cuando de desniveles se trata.

El lago de Baborte desde el coll que lleva a Vall Ferrera.
La pedrera del fondo, a la izquierda, es por donde he bajado y a la derecha del árbol del centro está la cabaña naranja que es el refugio.

La mente ha estado todo el día en blanco. Meditación en estado puro. No todos los días dan para la reflexión. Solo pienso, al subir, en encontrar un ritmo que me permita no cansarme demasiado; y al bajar, en dónde pongo los pies.

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