La Tiñosa, una cumbre entre olivos en el corazón de la Subbética.

Vivir la montaña en función del verano y de la posibilidad que este me ofrece de instalarme, con más o menos desplazamientos, en los Pirineos, se ha convertido en una especie de rutina gozosa que mantengo desde hace años. Y pasar el resto del año sin acordarme de que también tengo montañas cerca, viviendo de espaldas a toda la riqueza natural de esta Andalucía a la que me vine a vivir hace ya tanto tiempo que a veces me siento más de aquí que de ningún otro sitio, también parece haberse convertido en una especie de rutina solo interrumpida por ocasionales ascensos al Mulhacén y al Torrecilla junto con alguna que otra escapada a la Sierra de Grazalema.

Pero hace tan solo unos meses tropecé con este pico de nombre absolutamente carente de atractivo pero que, de alguna forma, llamó mi atención. ¿Porque no había oído su nombre antes? ¿Porque estaba en una zona, la Subbética, de la que prácticamente no conozco nada? Por lo que sea. Pero en cuanto lo vi me puse fecha para subirlo y hoy, viernes, he reservado una habitación en Iznájar, solicitado el permiso obligatorio para hacer el sendero, me he puesto las botas, he cargado los trastos y me he plantado en Las Lagunillas para iniciar la subida a la Tiñosa.

El día está despejado. La temperatura es fantástica. La soledad, casi absoluta (solo encuentro otras dos personas en todo el día). Las expectativas van a estar más que cumplidas. Pero el ánimo anda regular, buscando su sitio, recomponiéndose, obligándose (obligándome) a caminar en una nueva y desconocida dirección en la que el horizonte todavía está por configurarse.

Sin embargo, andar siempre reconforta. Y empezar después de haber inundado el espíritu de los miles (¿millones?) de olivos que tapizan el sinfín de suaves colinas que llevan hasta aquí supone un plus de paz. Conducir despacio por estrechas carreteras solitarias es un viaje a otro tiempo, a una época en la que los kilómetros no se quemaban, se mascaban. Y hoy esos kilómetros saben a aceite.

Echo a andar. La tierra es oscura y está humeda. El barro se agarra a mis botas conforme atravieso el último olivar y me sumerjo por un valle idílico siguiendo el murmullo de un arrollo que crece conforme me adentro en él. Barro, agua, un rebaño que protege a sus muy jóvenes corderos. Y una fuente. Y un antiguo cortijo en ruinas. Y una suave subida hasta el collado. Y allí, un letrero que advierte de que lo que viene es alta montaña. ¿Alta montaña aquí? Vale que el ascenso son unos 750m (hasta los cerca de 1600 de la cima), algo que en esta latitud es más que respetable pero… ¿es necesaria tanta precaución? ¿Realmente la subida se ajustará a ese “difícil” con el que la califican todos los tracks que he visto?

Sí y no. Entiendo que no es fácil. Que la pendiente inicial es muy pronunciada. Que hay algún que otro paso donde las manos son, si no necesarias, al menos útiles. Que quizá no está recomendado para quien tenga vértigo. Que hay que ser un poco cabra… Pero quizá por eso para mí es entretenido, y lo disfruto a pesar de que el ayuno de montaña del invierno hace que no esté tan en forma como me gustaría. Pero fácil o difícil, lo que sí tiene la Tiñosa son unas vistas espectaculares. Trescientos sesenta grados de olivar infinito, inabarcable, solo interrumpido, al sur, por el embalse de Iznájar y la imponente e inconfundible Sierra Nevada (que en esta época hace honor a su nombre manchando de blanco el horizonte). ¿Y esto está a poco más de dos horas de casa?

He subido sola y arriba tampoco hay nadie. Y la soledad, como siempre, me habla de mí. Hoy solo me trae vacío, pena y rabia. Nada es inmutable. Pero cuando los cambios no son deseados, cuando una se siente traicionada, cuando hay que enfrentarse a que, durante años, nuestra percepción ha sido errónea y nuestras certezas equivocadas, cuando la necesidad de ser comprendida, de sentir que quien nos quiere nos escucha y nos entiende, debe sucumbir a la realidad de que los idiomas son tan diferentes que la comunicación es imposible…, lo que queda es alejarse escuchando la tristeza y animarla a que, a pesar de sí misma, deje un poco de hueco a esta belleza que tengo delante. Y ver cómo se empapa de ella. Y saber que incluso, aunque no lo veamos, el camino está ahí, esperándonos. Y asumir que aunque una parte nuestra se resista a seguirlo y solo quiera volver atrás, la única opción es avanzar, con pena, con nostalgia, sí, pero avanzar.

Y avanzando llego a Iznájar, un pueblo precioso al pie de un embalse del que emerge el otro Iznájar, el original, al que se comieron las aguas. Pasear por sus empinadísimas calles llenas de macetas azules, dormir en Villa Moana, en el corazón del pueblo y permitir que el paisaje tiña de azul y verde el gris de los pensamientos es hoy, sin duda, un alivio para el alma.

2 comentarios en “La Tiñosa, una cumbre entre olivos en el corazón de la Subbética.

  1. Como siempre, Elisa, una belleza leerte. Me alegro de que descubras y disfrutes de lo que tenemos por aquí. Mucho ánimo en este «camino» que emprendes y espero que sea hasta pronto. Bss mil.

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